Opinión

La mujer que es como Carrillo

Conocí creo que bastante bien a Santiago Carrillo, el histórico, casi mítico, líder de los comunistas españoles. Acompañé como periodista -antes como militante- parte de su trayectoria y un día le dije: “Santiago, yo no me siento comunista”. “Yo, a veces, tampoco”, me respondió. Luego, le echaron, más o menos, del partido. Desde entonces, pudimos hablar con mayor confianza. Hay algo en la vicepresidenta Yolanda Díaz que me sugiere que, con todas las diferencias que se quiera, ella puede desempeñar un papel semejante al del viejo zorro que fue el secretario general del PCE.

Cuando digo “viejo zorro”, entiéndaseme, lo hago hasta con cierto cariño: cómo no reconocer las muchas triquiñuelas que se gastaba don Santiago. Aglutinar la sopa de siglas existente a la izquierda del PSOE en 1977 no era una tarea fácil: prochinos, “troskos”, prosoviéticos, eurocomunistas de Berlinguer y hasta los locos dañinos del FRAP y del extraño Grapo hubieron de ir acomodándose a la superioridad organizativa, táctica, estratégica e ideológica del PCE. Y a su moderación.

Y Carrillo, con la bandera rojigualda, y no la tricolor, en las paredes de sus reuniones, junto con un puñado de pragmáticos que mucho habían sufrido durante el franquismo, supo y pudo pacificar tan extraña amalgama. Como Fraga hizo, al fin y al cabo, con la ultraderecha procedente de la dictadura. No se olvide que el flamígero don Manuel fue el encargado de presentar, 1977, al recién legalizado conferenciante Carrillo en el entonces aún muy nostálgico Club Siglo XXI, para escándalo de la sociedad “bienpensante”.

Creo que el papel de Yolanda Díaz no va a ser muy diferente. Se ha librado de su mentor Pablo Iglesias, que a saber por dónde anda con sus volatines, ha eclipsado a las “otras herederas” de Izquierda Unida, donde ella ni siquiera milita, y va captando, poco a poco, pero me parece que con éxito, las sensibilidades aglutinadas en torno a Mónica Oltra, Ada Colau, Iñigo Errejón (y Mónica García) y quién sabe si también la de Manuela Carmena como figura de gran consenso. Ya veremos el resultado de ese cartel electoral, si cuaja.

“Lo esencial, para sobrevivir, es no meterse en demasiados líos”, decía Carrillo. Yolanda Díaz, que este martes escenificará la “escena de la paz” con Nadia Calviño -Carrillo también tuvo escenificaciones similares con “su derecha”- está libre de muchos estigmas que lastraban al viejo secretario general comunista: desde el fantasma de los horrores de la guerra civil hasta la clandestinidad impuesta al PCE en comparación con la relativa tolerancia al PSOE.

Y, además, no se mete en líos que no le corresponden, contra lo que hacía Pablo Iglesias (Turrión, por supuesto) y hace con tanta profusión Ione Belarra: ni cuestiona la Monarquía, ni pisa charcos de política exterior, ni lanza ataques burdos al PP, ni cuestiona si la “otra Díaz”, o sea, la “popular” Ayuso, hace o deshace en la hostelería madrileña. Lo suyo es el sector laboral y a ello dedica sus afanes visibles, para lograr una “reforma de la reforma” en ese terreno que hasta apacigüe a la patronal, de puro leve.

Los afanes invisibles los dedica a tejer su alternativa, que supongo -nunca se lo he oído, porque es persona prudente- que ella cree que algún día puede dar el “sorpasso” al Partido Socialista creado, hace casi siglo y medio, por Pablo Iglesias (Posse, naturalmente). Le diré a usted que, entre los recuerdos que almaceno de las cosas que Carrillo me iba desgranando y tengo escritas, se encuentra la pretensión de, algún día, tener más votos que el PSOE. El viejo zorro sabía que nunca lo conseguiría, salvo errores morrocotudos de los socialistas, pero, añadía, “siempre nos necesitarán como aliados más que ellos a nosotros”. Pues eso. Que comprendo que, desde la derecha, se considere a Díaz y su sonrisa permanente un peligro. Lo que no entiendo es que a Pedro Sánchez no le ocurra lo mismo.

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