Opinión

Pedro Sánchez y el paso de las aceitunas

De niño, di en aprenderme textualmente el “Paso de las aceitunas”, de Lope de Rueda, una encantadora obrita teatral llena de ingenuidad que cuenta cómo un matrimonio ha sembrado un olivo que hasta dentro de siete años no dará aceitunas, pero ya han comenzado a discutir a qué precio las venderán. Y la pobre hija de ambos, Mencigüela, se lleva algún pescozón porque no da la razón ora al padre, ora a la madre, sobre la cantidad, más barata el padre, más cara la madre, que cada uno de ellos piensa pedir a los clientes por sus olivas. Un precedente, si bien se mira, de “Bienvenido, míster Marshall”, la inolvidable película de Luis García Berlanga. Y, yendo ya a la vida real, casi un anticipo de lo de Pedro Sánchez con los fondos europeos.

Porque nuestro animoso presidente se ha pasado la semana -bueno, en realidad los últimos seis meses- diciéndonos en qué se van a invertir esos famosos ciento cuarenta mil millones de euros que se presentan, al menos la mitad de ellos, como una graciosa dádiva de la UE a España por su cara bonita. Y no, no es eso, bonita; de hecho, y aunque una parte ya está comprometida, ni uno solo de esos euros ha llegado aún a las arcas gubernamentales -fíjese que no digo estatales, porque será La Moncloa la que haga y deshaga con el dinero-, ni lo va a hacer en los próximos meses, y eso bajo estrictas condiciones de cumplimiento de reformas laborales, fiscales y de pensiones a mi juicio no suficientemente concretadas en el plan que, por octava y novena vez, nos presentó Sánchez esta semana.
Es decir, que Sánchez, con todas las reformas pendientes, aunque forzoso es reconocer que ya están en camino, actúa como Toruvio y Águeda, el padre y la madre de la desdichada Mencigüela, vendiendo aceitunas que tardarán años -años, sí- en llegar. Y sacudiendo capones a una oposición que se muestra, a su entender, poco cooperativa a la hora de aceptar los precios políticos que él pide.

La semana, con un debate parlamentario algo demencial en el centro de ella, ha tenido mucho de castillo de naipes en el aire, de humo que ojalá se concrete en algo sólido, de efímera bronca de unos a otros; en definitiva, algo ha habido de paso de las aceitunas, sin que hasta el momento podamos contar con un Aloja, el vecino de Toruvio y Àgueda, que imponga un mínimo de sentido común y de humor en el asunto, que se va encrespando, de los euromillones: “0h, qué graciosa quistión”, dice Aloja, haciendo notar la ridiculez de la discusión, que se basa en el precio de unas aceitunas que no existían, “y sin embargo ya está la muchacha llevando tarea dellas”. “Tarea”, o sea, lo de los pescozones en la cabeza inocente de la niña, en el lenguaje del siglo XVI.

Para mí que Mencigüela somos un poco todos nosotros, sometidos a duchas escocesas sobre si nos van o no a subir los impuestos (ambas cosas se han oído a los Toruvios y Águedas casados en el mismo Gobierno), sobre fechas de vacunación rígidas con aceitunas, digo vacunas, que aún no han llegado, o sobre si aplicarnos más o menos estado de alarma. Y así, pese a nuestro estado siempre graciable (”a como quisiéredes, padre”, “a como quisiéredes, madre”, contesta la pobre Mencigüela cada vez que uno u otra la interpelan acerca de por cuánto venderá las olivas, antes de sacudirla el coscorrón), seguro que alguna “tarea”, algún pescozón, nos caerá desde la mano paternal de cualquiera de esos centros de poder que dicen representarnos, pero que lo que quieren es tener siempre la razón, el dinero europeo y, además, las aceitunas. Y eso, como nos diría ese sensato Aloja que hoy por hoy no tenemos en nuestras nóminas oficiales, simplemente no es posible.

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