Opinión

Una tal Corina

Alguna vez he tenido ocasión de acceder a ciertas confidencias sobre esa mujer fatal llamada Corinna Larsen y su nefasta influencia no solo sobre el rey Juan Carlos I, que fue su amante y hasta cierto punto su víctima, sino sobre toda la nación de la que se aprovechó. "Una señora tal", la llamó Felipe González, el otro gran superviviente de la “era del 78”, en una entrevista este viernes en el último programa de “Los desayunos de TVE”. Claro que no voy a exculpar a quien fue jefe del Estado en España durante casi cuarenta años por los muchos errores y algunas tropelías que cometió -en el mar, es verdad, de sus muchos aciertos-, pero hoy quiero fijarme en la figura de esa mujer que, en sus momentos de ambición desatada, incluso pretendió casarse con el Rey de España, ascendiendo en el escalafón de su título “fake” de princesa.

De Corinna llegan, por vías más o menos directas, muchas de las informaciones que están inundando las portadas de los periódicos estos días. No son filtraciones precisamente desinteresadas: ella está en el ojo de la justicia tras una vida digamos aventurera y, además, está poseída de un afán de venganza tanto contra su examante como contra quien fuera jefe de los servicios secretos de la época, general Félix Sanz Roldán, quien trató de frenar e impedir los delirios de grandeza de la dama, la “madrina malvada”, como fue apodada.

Así que tiene que falsear su participación en los hechos investigados por los fiscales y, de paso, largar algunas patadas a quienes considera sus enemigos. Ello explica que, con planificación destructora, se sigan alimentando filtraciones que, lógicamente, acaparan la atención de la escandalizada opinión pública. Y así, me temo, vamos a seguir durante semanas. Corinna va a ser nuestra serpiente de verano, pero ella es mucho más dañina que el reptil y que el monstruo del lago Ness juntos.

Infeliz el Estado que se halle en manos de una “femme fatale”, máxime si, de alguna manera, ella está aliada con lo más corrupto y hediondo de las cavernas que poco honor hacen a nuestro magnífico cuerpo policial. Comprenderá usted que, si tengo que elegir entre Corinna-Villarejo y el que fue llamado rey emérito, me quedo con este último, aunque sea tapándome la nariz, consciente de que se ha tomado el pelo a los españoles.

Lamentaré que esta, ejem, señora logre consumar su venganza obteniendo los máximos deshonores para un rey a quien quisimos y que sospecho que en la historia quedará reflejado, con todo, con más páginas positivas que en negro. No, no es matando al padre -ya nos lo advertía Freud- como se salva el hijo, digan lo que digan las camarillas cortesanas. Es más, puede que acabe siendo peor ese remedio que la propia enfermedad, que se cura, creo, manteniendo el rey actual, Felipe VI, su talante de integridad y seriedad al servicio de la Corona, es decir, al servicio de los españoles. A Juan Carlos, a quien resta un horizonte judicial penoso, sin duda presuntamente merecido, déjenle, en lo posible, en paz. Y a esa mujer, lo más lejos posible de todos nosotros.

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