Opinión

¿Qué diálogo?

Para maquillar el resultado de la reunión que mantuvo en La Moncloa, el presidente de la Generalitat realizó un canto al “clima de diálogo” que se había abierto después de su entrevista con el presidente del Gobierno, a pesar de la constatación de que en el aspecto nuclear de las relaciones entre ambos, como representantes de las posiciones enfrentadas sobre la consulta a del 9-N, no se produjo ningún avance salvo las advertencias de Artur Mas acerca de la manifestación “espectacular” del 11-S y de las alternativas que tiene previstas para el caso, cierto, de que los catalanes no puedan votar sobre su independencia. Mientras que Rajoy tampoco le ofreció pistas acerca de cómo se impedirá la celebración del referéndum, una vez que haya que aplicar sobre el terreno las disposiciones legales que lo prohíban.

Si, como bien saben los políticos, designar una comisión para abordar un contencioso es la mejor forma de que su solución se dilate en el tiempo, qué decir cuándo del nuevo proceso de diálogo supuestamente abierto no se sabe ni quién, ni cómo se va a llevar a efecto, ni cuál es el plazo que se han dado para resolver algunas de las 23 demandas que presentó Artur Mas al jefe del Ejecutivo y que son de carácter fundamentalmente económico y de ampliación de competencias, y que ponen de manifiesto el tiempo que se ha perdido para tratar de rebajar la tensión por la vía del acuerdo y de la negociación.

Ese fue el mandato que recibió en su día la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, tender puentes con el hombre fuerte de Artur Mas, Francesc Homs, pero la serie de desencuentros y desaires protocolarios y políticos mutuos acabaron por cegar esa vía.

¿Acaso no sería la Comisión Bilateral Estado-Generalitat el ámbito adecuado para ese diálogo sobre las cuestiones económicas? Por supuesto, pero se trata de un organismo que no se reúne desde que Artur Mas llegó a la presidencia catalana, y quien era su copresidente por esta parte, Josep Antoni Duran Lleida -otro de los supuestos pilares sobre el que asentar las relaciones- acabó dimitiendo del cargo a principios de año harto de clamar en el desierto por lograr que se reuniera. En fin, si Mas lleva dos años más pendiente de organizar la consulta independentista que de las cuestiones que llevó en su cartapacio a La Moncloa, al Gobierno le ha faltado cintura para abordar asuntos que hubieran contribuido a rebajar la tensión o a demostrar qué parte era la menos interesada en acercar posiciones.

Quizá el jefe del Ejecutivo ofrezca hoy en su conferencia de prensa de final de curso alguna pista sobre la forma y el método en el que va a articular el diálogo y quien lo va a pilotar, para que el “compromiso de estudiar” las reclamaciones manifestado por Rajoy tenga algún efecto balsámico sobre la cuestión catalana. Por lo pronto la única certeza es que ambos comienzan sus vacaciones veraniegas y que los responsables políticos catalanes van a estar más ocupados en que la Diada sea un éxito para reforzar el carácter ‘democrático’ de la consulta que de negociar aspectos económicos,más allá de lo que se acuerde en la Comisión de Política Fiscal y Financiera. Bienvenida, en cualquier caso, la apelación al diálogo, aunque conduzca a la melancolía.

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