Opinión

El destierro

Los líderes políticos suelen afirmar que confeccionan las candidatura electorales contando con los mejores. En realidad las elaboran con aquellos compañeros de partido a los que consideran más fieles y que mostrarán lealtad cuando vengan mal dadas. Al fin y al cabo todo político tiene que escoger lealtades, saber quién le promocionó y quién le puede descabalgar y jugárselo todo a una carta. También está el caso de los políticos camaleónicos y el de aquellos que salen airosos de todas las purgas. Pero son la inmensa minoría.

El presidente del PP, Pablo Casado, ha desterrado al Senado a todos aquellos dirigentes significados que aun quedaban del “marianismo”, porque las huestes de Sáenz de Santamaría ya habían abandonado el barco antes de ser condenadas al ostracismo, siguiendo la estela de su “lideresa”. Fátima Báñez ha sido la última en seguir el sendero que tomaron los hermanos Ayllón, entre otros.

En la Cámara Alta tendrán acomodo sus antiguos compañeros en la ejecutiva del PP de Rajoy como Fernando Martínez-Maíllo o Carlos Floriano o Rafael Hernando, y repite el actual presidente Pío García Escudero como cabeza de lista por Madrid, en este caso consejero áulico de Casado en algunas de sus decisiones. Y algunos relegados podrán entrar por la cuota autonómica, si llega el caso, como Ignacio Cosidó, el causante del mayor desaguisado político-judicial de los últimos tiempos con su wasap sobre el presidente de la Sala Segunda del Supremo, que tiene paralizada la renovación del CGPJ.

Si las encuestas no se equivocan demasiado, el Partido Popular corre el riesgo de sufrir los peores resultados de su historia y puede verse abocado a una revisión del liderazgo de Pablo Casado, dado que no todos sus compañeros de partido comparten su estrategia, ni su personalismo, ni sus ocurrencias, ni su derechización, que ha acabado por dejar el centro a Ciudadanos y al PSOE. Así, el destierro puede convertir la Cámara Alta en el reducto desde el que los nuevos “críticos” de un PP vapuleado en las urnas pueden iniciar -ahora que está tan de moda utilizar el término para todo pese al debate historiográfico- una reconquista del partido para volver a ocupar el centroderecha y no solamente identificarse con un sector conservador que está más pendiente de Vox que de realizar propuestas o de buscar consensos y acuerdos transversales. Hay “barones” que esperan por si es preciso realizar un asalto a la calle Génova.

Unas encuestas que vaticinan que el PP puede perder la mayoría absoluta en el Senado que se quedaría sin un instrumento que ha resultado decisivo en los dos grandes asuntos de los últimos tiempos, la aplicación del artículo 155 y el derecho de veto -una excepción única- sobre el techo de gasto y el objetivo de déficit para aprobar los Presupuestos Generales.

Y ahí está el Senado con una nueva vida otorgada por los asuntos de la actualidad pero que no deja de ser un cementerio de elefantes, un lugar de retiro, un puesto de consolación para quienes han de dedicarse la mayor parte del tiempo a la segunda lectura de leyes sobre las que no tiene capacidad de decidir y donde no acaba de concretarse su reforma hacia una cámara territorial. Y esta próxima legislatura de confrontación que se avecina tampoco parece que sea la propicia para abordar cambios.

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