Opinión

Entusiasmo matizado

La presentación de un plan de calidad y de regeneración democrática siempre es un motivo de ilusión por cuanto tiene el propósito de mejorar el funcionamiento de la instituciones afectadas por todos los vicios adquiridos en la acción política de unos partidos que en unos casos se han beneficiado del bipartidismo y en otros se encuentran en periodo de adaptación a una situación de fraccionamiento del espacio político que ha dado origen a una nueva etapa de gobiernos de coalición que, sin ser inédita en muchos ámbitos, es preciso llevarla a cabo ahora con partidos con una concepción populista y maximalista de sus programas y de la acción política.. 

Bienvenido sea el plan presentado por el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, con toda pompa y circunstancia en un discurso nada moderado, con el que resulta difícil no estar de acuerdo en el diagnóstico de lo que pasa, pero que ha sido recibido con un optimismo con ciertas matizaciones por parte de los altavoces mediáticos del propio partido conservador, que han expresado sus dudas sobre la posibilidad de llevar a cabo la propuesta estrella del líder de la oposición, que pueda gobernar en los ayuntamientos la lista más votada por los vecinos. Una medida que, en primer lugar, ha sido rebajada en su ambición por cuanto quedan fuera los gobiernos autonómicos y el de la nación, que choca con la necesidad de emprender una reforma legal de calado, además de que va acompañada de una disminución de las funciones de control del pleno municipal sobre la gestión del alcalde, que va precisamente en contra del fortalecimiento de las instituciones que se pretende y lamina el espíritu de pacto que preside la Constitución. 

 A la vista de que la medida ha suscitado el rechazo en bloque de todos los partidos, de que desde sus propias filas se ha llamado la atención sobre la imposibilidad de desarrollarla si no hay un pacto político previo y de que la baronesa madrileña, Isabel Díaz Ayuso, la descalificó de entrada, cabe preguntarse si el trabajo realizado por Feijóo y su número dos, Esteban González Pons, no ha sido una propuesta fallida, que también dice algo sobre su capacidad para articular un proyecto político. 

De llevarse a cabo la mayor parte de las medidas contenidas en su plan, Feijóo pondría la democracia española a la altura de la de los países escandinavos en cuanto a transparencia, eficacia en la gestión alejada del interés partidista en la que no tendrán cabida “los compañeros de pupitre”, la separación de poderes y el respeto al marco constitucional. Pero en este punto vuelven a surgir las prevenciones y las consejas desde sus propios alrededores que en unos casos también responsabilizan al PP del deterioro institucional, en otros le piden que no defraude las expectativas creadas con el proyecto regenerador porque eso ya ha ocurrido en el pasado, o señalan su carácter generalizado y poco concreto, además de encontrarle el déficit de las propuestas sobre cómo pretende afrontar el expediente catalán más allá de las modificaciones del Código Penal para recuperar los delitos modificados o eliminados en los últimos tiempos, que a su juicio dejan inerme al Estado frente a nuevos intentos de secesión por parte de los independentistas catalanes. 

El plan de Feijóo ha generado elogios, pero también dudas entre algunos de sus partidarios.

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