Opinión

O reparto o conflicto

A veces se olvida que los sindicatos –y la patronal- tiene la misma protección constitucional que los partidos políticos, que sus funciones están recogidas en el título preliminar, y con redacción similar de ambos artículos en sus frases finales. Y sin embargo la organizaciones sindicales son objeto de frecuentes ataques que minusvaloran su desempeño, que limitan su capacidad de defensa “de los intereses económicos y sociales que le son propios”, porque se enfrentan normalmente a una lucha desigual contra gobiernos y empresarios con mayor capacidad de reacción y de intimidación.

Cierto que los sindicatos se enfrentan a muchos retos a los que no han sabido dar respuesta en un mercado laboral cambiante, en el que se han dedicado a sobreproteger a quienes tienen un puesto de trabajo en detrimento de quienes quieren incorporarse al mercado laboral, que tampoco han sabido afrontar la defensa de los trabajadores en las nuevas formas de prestación de servicios, y sobre todo que han desaparecido en los momentos más duros de la crisis, sin capacidad de movilización cuando arreciaban los despidos aunque poco podían hacer contra un gobierno y una Unión Europea dispuestos a acabar con los derechos adquiridos en años de luchas sindicales precedentes.  

Con la mejora de la situación económica los sindicatos vuelven a sacar la cabeza, recuperan alguna posibilidad de impulsar la negociación colectiva, cercenada por la reforma laboral de 2012, y apuestan por un mejor reparto de la riqueza generada en estos últimos años, una vez dejada atrás, según los datos macroeconómicos y los resultados de las empresas, la crisis económica –a la espera de la siguiente-, por lo que la negociación entre sindicaos y patronales entra en una nueva fase. “O hay reparto o hay conflicto”, han dicho los secretarios generales de CC OO y UGT, porque se trata de poner freno a la precariedad laboral y a los bajos salarios que han perdido capacidad adquisitiva a lo largo de la última década, que es el momento de cobrarse los sacrificios realizados.  

No obstante, los sindicatos, al igual que los partidos políticos, han perdido capacidad de movilización y se han visto superados por movimientos sociales que les han tomado la delantera en protestas que han tenido un cierto éxito y a las que se han sumado de forma tardía, como en el caso de las manifestaciones con motivo del 8-M, contra la brecha salarial que padecen las mujeres  o la de los jubilados en defensa de una subida de las pensiones. Y cuando han querido participar en alguna, como en la celebrada a mitad del pasado mes en Barcelona en favor de los ‘presos políticos’ del ‘procés’ su presencia en cabeza de la marcha no ha sido entendida por muchos de sus propios militantes. Un error que ha sido aprovechado para ahondar en la división por quienes prefieren un sindicalismo débil que un movimiento fuerte que pueda estropear la fiesta que viven quienes han sacado provecho de la crisis.

Los sindicatos tiene que repensar su función, hacerse atractivos a los nuevos trabajadores e incidir en la nuevas formas de trabajo y mejorar su capacidad de negociación, pero nada de ello será posible si los trabajadores consideran que se trata de un instrumento del pasado inservible para los tiempos que corren.   

Te puede interesar