Opinión

Otra segunda ola

La tormenta “Filomena” viene con resaca. Inmersos en la segunda ola del coronavirus que va camino de convertirse en la tercera por efecto de la relajación de las precauciones durante las fiestas navideñas, la tormenta perfecta está causando una segunda ola de consecuencias en todos los órdenes, sociales, de movilidad, económicos y como no, políticos.

Como en remediar las secuelas de un fenómeno climático de la naturaleza del sufrido del pasado viernes estaban implicadas todas las Administraciones y todas se han visto sobrepasadas, a pesar de los anuncios de la Agencia Meteorológica -que no marró ni un centímetro del espesor de nieve-, en un primer momento se dejaron de lado los episodios de arrojarse agravios y culpas como si fueran bolas de nieve. Con los primeros rayos de sol fundente, a pesar de que el frio ha congelado la nevada, han llegado las recriminaciones y el recuerdo de cómo actuaron unos y otros en episodios similares.

Como la alternancia en el Gobierno viene ya de lejos ninguno de los dos grandes partidos han dejado pasar la oportunidad de señalar los errores o deficiencias en la gestión de las vías cerradas, los pueblos incomunicados, o las personas aisladas a bordo de sus vehículos. Nada que no se haya visto antes. Pero en un primer momento parecía que se había firmado una tregua, que todo era llamadas a la colaboración. Y así ha sido entre los representantes públicos con responsabilidades de gobierno. Por primera vez, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, no acusó al Gobierno central de boicotear o ningunear la ayuda a Madrid, y el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, volvió a demostrar que es quien se muestra más cercano a los vecinos de su ciudad y el más rápido en solicitar ayuda para minimizar los efectos del desastre. Sin embargo, otros dirigentes del PP no se han podido sustraer a la gracieta y a la respuesta histriónica. 

Pero en este país, como en todos, los partidos políticos y los medios de comunicación viven de la polémica, así que cualquier gesto por acción o por omisión es motivo para la gresca. Si Pedro Sánchez aparece el domingo para presidir una reunión del comité de emergencias se habla de propaganda y de sus homilías dominicales. Pero justo hasta ese momento se criticaba que no había dado la cara, para hacerse la foto cuando había dejado de nevar. Ese fue el momento en el que Pablo Casado se fotografió pala en ristre despejando caminos de acceso a centros sanitarios. Un rato de trabajo que es el que emplearon muchos vecinos para abrir pasos y transitar con menor riesgo por sus calles. Un acto, por cierto, solidario y gratuito que en otros países es obligatorio y sancionable administrativamente.

Todo es mejorable y perfectible en la gestión de este tipo de acontecimientos para los que nuestro país, por su rareza hasta ahora, no tiene engrasada la respuesta preventiva y paliativa. Pero, aun así, y a la vista de cómo se han recuperado las infraestructuras de transporte básicas, la limpieza de las ciudades y los abastecimientos, podía haber sido peor. Pero nada es suficiente si no se apoya en la responsabilidad individual. Los avisos para no salir de casa, si no es imprescindible no son gratuitos. Las urgencias repletas por caídas provocadas por el hielo son la prueba.

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