Opinión

Síndrome de estocolmo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no es un gran parlamentario. O al menos no lo demostró en el último pleno del Congreso en el que negó la posibilidad de que se prorrogue el estado de alarma pese a las peticiones de aliados y adversarios, pero siempre hay un destello de ironía, de chispa, de supuesta improvisación que, como dijo Shakespeare, “son mejores cuando se las prepara” y de eso sabía mucho la exvicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. Sánchez tuvo dos destellos seguro que convenientemente preparados, cuando hizo notar que Pablo Casado estaba deseoso de entrar en la campaña electoral, pero que no sabía si le dejaba su candidata Isabel Díaz Ayuso, a la que se le comienzan a adivinar expectativas que trascienden la frontera de la comunidad, y cuando advirtió a la presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas que se le notaba que tenía “síndrome de Estocolmo” con el Partido Popular. 

La decisión del partido naranja de volverse a poner al servicio del PP si este partido gana las elecciones, y sobre todo si consiguen salvar la barrera del cinco por ciento que les permita tener representación en la Asamblea de Madrid, una circunstancia que cada vez recogen menos estudios demoscópicos, retrotrae nuevamente a la reflexión sobre votar al original o la copia, y pone alfombra roja a la estrategia del partido de Pablo Casado, que pretende la reagrupación de todos los partidos de la derecha bajo las siglas del PP. 

El dos por uno que intentaron los dirigentes de Ciudadanos y del PSOE en la Comunidad de Murcia y en el Ayuntamiento de la capital, con las mociones de censura a los gobiernos del PP, desató la tormenta en Madrid donde Ciudadanos tiene todas las papeletas de pagar una estrategia nefasta que le pone al borde de la desaparición, para acabar apoyando al partido que le ha hecho una opa hostil. En su haber consta la resistencia de Arrimadas a firmar la rendición y la anexión que pretendía el PP con la asunción de cargos de importantísima responsabilidad. Al menos no ha vendido al electorado que le queda, porque el que se ha ido se pasará en su inmensa mayoría al PP, algo irá a la abstención y casi nada recalará en la candidatura de Ángel Gabilondo. 

Y a pesar de considerarse traicionada, de acusar a Ayuso de apropiarse de la gestión de los consejeros de Ciudadanos mientras ella se dedicaba a la propaganda, de ser tratados como traidores porque sospechaban que estaban en otra operación de moción de censura, de que si reedita el gobierno contará con dirigentes de Ciudadanos que tienen ya un pie dentro del PP, Inés Arrimadas y su candidato, el prestigioso Edmundo Bal, que no genera rechazos, que es buen parlamentario, pero que parte con el hándicap de que es poco conocido, están dispuestos a ponerse al servicio del gobierno del PP –con la misma fórmula de contar con Vox- y facilitar un nuevo de un gobierno de Díaz Ayuso. A eso es a lo que Pedro Sánchez llama “síndrome de Estocolmo”, ser capaz de mostrarse “comprensiva y benevolente” con quien está dispuesta a fagocitar a sus dirigentes y a todo el partido. La excusa de servir de freno a las veleidades de Ayuso y a la corrupción de Madrid y, simultáneamente, a una coalición de partidos de izquierdas, apenas sirven a la vista de lo ocurrido en los dos últimos años. 

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