Opinión

Urkullu destensa

Desde que se inició el proceso independentista en Cataluña, el lehendakari vasco, Iñigo Urkullu, no ha dejado de separarse del camino emprendido por los nacionalistas catalanes, con los que compartía ideario y numerosas posiciones políticas a la hora de negociar o hacer frente al Estado. Y desde el primer momento no ha querido saber nada de la vía catalana hacia la consecución de un Estado propio aunque para ello haya tenido que resistir los cantos de sirena que le lanzan desde EH Bildu, y desde sectores de su propio partido, deseosos de sumar fuerzas para acabar de fracturar la soberanía nacional, abriendo un nuevo frente en el País Vasco.

El nacionalismo vasco se vacunó contra los deseos separatistas con el ‘plan Ibarretxe’, formulado y defendido conforme a las leyes, el Estatuto de Guernica y la Constitución. Fue un proyecto que partió por la mitad a la sociedad vasca, con ETA activa, y tuvo como consecuencia última la salida de los nacionalistas del palacio de Ajuria Enea. Esa experiencia ha servido al lehendakari Urkullu para desechar cualquier iniciativa unilateral o promover acciones ilegales como la convocatoria de un referéndum de autodeterminación, aunque no renuncia a lograr una consulta que sea “legal y pactada”, y a centrar sus esfuerzos en conseguir mayores cotas de autogobierno mediante “la recuperación del espíritu del pacto” y la bilateralidad en las relaciones con el Gobierno central, con el objetivo, ese sí compartido en cualquier caso con Cataluña, del reconocimiento de Euskadi como nación –con el apellido foral- apoyado en el mantenimiento de los derechos históricos, y en una definición de España como Estado plurinacional.  

Hoy no hay visos, afortunadamente, de que se recomponga aquella Galeuscat de hace una decena de años que reunía periódicamente a los líderes nacionalistas gallegos, vascos y catalanes en torno a la pretensión común de exigir su reconocimiento como nuevos estados en el seno de Europa. Aun así, Urkullu reiteró ayer en el pleno de control del Parlamento vasco que había propuesto a Artur Mas iniciar un "trabajo conjunto" para avanzar hacia un "nuevo modelo de Estado", pero reconoció que "Cataluña decidió su propio camino”, mientras que el elegido por el lehendakari se circunscribe a la Ponencia de Autogobierno que está en debate en el Parlamento vasco, engarzada al marco jurídico-político existente, aunque su pretensión última sea la consecución de “un nuevo estatus político”.

El distanciamiento con el método elegido por Artur Mas no quiere decir que Urkullu apruebe la forma en la que el presidente del Gobierno aborda el expediente catalán. Más bien todo lo contrario, y considera que a Rajoy le ha faltado sensibilidad y capacidad de diálogo para haber impedido el desborde independentista, y le da por amortizado para avanzar hacia la solución del problema territorial de España, que ve más factible con un nuevo gobierno que no esté dirigido por el Partido Popular.

Sea como fuere, la posición más conciliadora de Iñigo Urkullu, su deseo de consolidar el autogobierno que emana del Estatuto de Guernica y el distanciamiento de Artur Mas limita los efectos del “cuanto peor, mejor”, en el que los nacionalistas son expertos, y al menos logra destensar por el norte el conflicto territorial

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