Opinión

Votar algo

Dice el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, que la solución al problema catalán se alcanzará cuando los ciudadanos de esa comunidad autónoma puedan “votar algo”. ¡Hombre, eso está claro!, pero hay que definir qué es ese algo, porque no es lo mismo volver a plantear un referéndum ilegal sin ninguna validez jurídica ni reconocimiento internacional, por mucho que se empeñen los independentistas, que votar una reforma del Estatuto de Autonomía catalán que mejore el autogobierno o refuerce su carácter de nación -en el sentido cultural o en el preámbulo-, que una reforma constitucional que avance en el modelo federalizante que ya apunta la Constitución de 1978.

Pablo Iglesias ha salido del paso porque en su formación conviven muchas corrientes, muchas sensibilidades, y mientras sus dirigentes parecen siempre dispuestos a apoyar un inexistente derecho de autodeterminación, muchos de sus votantes no entienden que pretendan fracturar el país y su aversión a la unidad de España, como si fueran heraldos de la leyenda negra, y parece que no aceptan que a este país no le reconoce ya “ni la madre que le parió”, que ha llevado a cabo un proceso de descentralización que ya querrían para sí muchos países que se denominan federales. Ocurre que siempre falta dar un paso más e insistir en la necesaria lealtad en todas las direcciones, que es consustancial al modelo federal.

Que “algo” habrá que votar parece evidente, aunque no sea de forma inmediata. Incluso los líderes independentistas encarcelados reconocen que ni a corto ni a medio plazo podrán ejercer un derecho al voto que pueda cambiar la situación jurídico-política de Cataluña con respecto a España. Por lo pronto, los catalanes, junto al resto de españoles,  van a tener la oportunidad de votar en las elecciones generales para comenzar a aquilatar la fuerza del espacio independentista y su reparto entre los partidarios de Torra y Puigdemont y los de ERC, y también de la CUP que da cobijo a los independentistas más radicales y antisistema.

A continuación, y dada la división existente y cada vez menos disimulada, pese a simulacros de unidad, sería deseable la convocatoria de elecciones autonómicas para que ya con dos gobiernos -esperemos- en pleno ejercicio de sus funciones pudieran plantearse los términos de un diálogo dentro de la ley, para comprobar si se cumplen las expectativas, y gana ERC donde se supone que están los posibilistas que reconocen que tienen  que retirarse a los cuarteles de invierno y abandonar de forma nítida la posibilidad de una declaración unilateral de independencia, mientras resisten las acusaciones de “botifler” y se avienen a que cualquier negociación se produzca dentro del marco legal, porque esta no es una democracia bananera.   

Antes de que se vote algo sustancial, al margen de las elecciones, habrá que asistir a muchas escaramuzas políticas y parlamentarias en Cataluña, a provocaciones, a intentos de desobediencia anunciados, como la última resolución presentada que insiste en el derecho de autodeterminación, que permitirán comprobar si Torra y Torrent dan el paso hacia la desobediencia a las advertencias del Tribunal Constitucional. La consecuencia sería una nueva judialización del expediente catalán, en lugar de contribuir a establecer el diálogo político que dicen pretender.

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