Opinión

Abracadabra

A ver quién descubre el truco? Atentos:

El mago se quita la chistera y la coloca sobre una mesita de terciopelo rojo. Antes, como señuelo, habrá enseñado el sombrero al público para que vea que “nada por aquí, nada por allá”. Luego se remanga, hace unos movimientos con las manos y simula concentrarse.

Captado el interés, el ilusionista da unos golpecitos a la chistera y de ella comienza a salir un avioncito, al tiempo que recuerda que hace semanas hubo un accidente aéreo y que debemos tener precaución. Seguidamente, saca un barquito, y hace la misma sugerencia, rememorando lo del Titanic y lo de aquel buque que encalló en la costa italiana y cuyo capitán salió por piernas en medio del desastre. Lo que intenta el mago, dice él, es apelar a nuestro sentido crítico: consumismo, saturación, etcétera.

Y el número sigue. Ahora saca una foto de Rock Hudson y señala su admirable valentía al reconocer en 1985 que tenía sida. “¿Recuerdan que, entonces, todos pensábamos que podríamos morir de esa enfermedad?”, comenta, y suaviza su relato explicando que aquella alarma social contribuyó al avance en la investigación contra la dolencia.

El show va viento en popa. La atención no decae, aunque no se vea magia por ningún lado. Pero el artista insiste: con la ayuda de su varita, saca de la chistera la reproducción de un virus en 3D y una pequeña corona, estilo reyes, que le coloca encima. Hecho esto, levanta los brazos como un sacerdote consagrando y proclama: “¡Señoras y señores: el coronavirus! —y añade—: Créanme, no resulta fácil de capturar. Se escabulle como un fantasma. ¡Pero aquí está!”. 

Y acto seguido extrae de la chistera un “pack” de emergencia que contiene: una mascarilla (para autorrespirar CO2); un pico y un ladrillo (por si hay que empezar a construir hospitales); una bolsa de plástico con un muñequito (para familiarizarnos con la cuarentena) y, de paso, una aspirina (que va bien con todo).

Al terminar —con la mesita de terciopelo rojo atestada de cosas—, el mago pide un aplauso y dice que el truco era ese: “Tenerlos a ustedes en vilo durante cinco minutos”, y concluye: “La prueba es que nadie ha visto el engaño”.

Yo no sé si este mago tendrá mucho o poco éxito. Es como todo en la vida. También ocurre lo mismo en el mundo microscópico: hay virus que son celebridades y otros, como la pobre gripe, que las matan callando en el anónimo territorio del Termalgín. Eso sí, lo que no se puede negar es que a veces un “abracadabra” salva vidas (o, al menos, las entretiene para escamotearles la realidad). Y eso también cuenta... ¡Achís!

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