Opinión

De prestado

Todos tenemos algo de prestado en esta pandemia. Yo, por ejemplo, cuando voy a la compra pienso que no soy el que está detrás de la mascarilla. Pido unas chuletas y podría ser perfectamente un vegano arrepentido tapándose media cara por vergüenza. O al meter en la cesta una tableta de chocolate no necesito meter barriga. Lo mismo que en la farmacia: si compro artículos para el ocio de alcoba -esos que vienen en envases azules, naranjas y verdes- el farmacéutico no podrá ver mi rostro ruborizarse.

Se lo debemos al coronavirus. Entre otras cosas, nos ha instalado en una especie de anonimato como el que hay en los cines, solo que aquí todo ocurre a la luz del día y en la mitad de la cara que no padece la hemiplejia de gestos, esa que afecta al hemisferio sur de nuestra cabeza, o sea, de tabique nasal para abajo.

Y como todo lo que se presta en la vida, esta nueva existencia la llevamos con más cuidado: nos fijamos en las baldosas; evitamos el rebufo de quien nos precede; valoramos el aire fresco que inhalamos al estirar la mascarilla… Vivir con algo de incógnita no estaría mal si el peaje no fuese tan injusto y devastador.

El ser humano siempre ha soñado ser quien no es. Por eso nos gustan las películas, las novelas y los fantasmas (los de verdad, me refiero). Pero claro, este no era el trato. Matarnos, o en el mejor de los casos, hacernos prisioneros de una Nueva Normalidad -término que suena a secta-, no entraba en las cláusulas de ese contrato de alquiler.

De todas formas, yo voy a seguir el juego. No se lo he consultado al psicólogo, pero creo que esto de imaginar que cada mañana me disfrazo de otra persona puede ser una buena terapia contra la ansiedad. Total, solo me cuesta una mascarilla, y como tengo que llevarla puesta sí o sí, pues nada, a sacarle partido al “boquifaz” (podríamos llamarlo así).

En lo que necesito entrenamiento es en el lenguaje visual; la postura de los ojos, me refiero: sonreír, preguntar o hacerme entender con la vista cuando entablo un diálogo con esa voz de la mascarilla, que no es la mía. Noto que me falta rodaje. Por eso estoy probando delante del espejo después de la ducha. Hago muecas exageradas como un actor antes de salir a escena y me funciona.

Ahora, cuando me cuentan un mal chiste, logro entornar los ojos sin que parezca una carcajada y me quedo fácilmente en la sonrisa. De la misma manera, cuando se me cuelan en el súper pongo ojos inexpresivos para que quien ha consumado la listeza no se entere de que lo mando a freír espárragos confinados. En fin, son historias que le he pedido prestadas a mi imaginación, prometiendo devolvérselas intactas sin que pierdan una pizca de realidad. Y así ando yo, anonimándome.

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