Opinión

Guerra

Imaginemos a dos niños, Carmen y Sebas, hablando sobre la guerra:

-Pues es eso, una guerra es una guerra -dice Carmen, que es quien más sabe del tema. Y añade-: ¡Es que no se puede decir de otra manera! Un perro es un perro, ¿no? Pues con la «guerra» pasa lo mismo.

-Ya -comenta Sebas desde sus diez años-. Pero de un perro puedes decir muchas cosas. Por ejemplo: que ladra, que tiene cuatro patas…

-Sí, pero se llama perro y punto.

-Eso sí.

Carmen se esfuerza por hacerle comprender algo que ella tampoco tiene muy claro.

-A ver si me explico -hace un gesto de calma con las manos-: un perro tiene cuatro patas y ladra, y una guerra tiene soldados y bombas, ¿estamos de acuerdo?

-Sí.

-Entonces, si en una guerra hay soldados y bombas es para que se maten unos a otros. Si no, no es guerra ni es nada -y haciendo valer la superioridad de sus once años, explica-: Y además, en una guerra se organizan. No son salvajes. Saben muy bien lo que hacen.

Sebas levanta las cejas.

-Ahora comprendo. Por eso se ponen uniformes. Para no equivocarse.

-¡Por fin lo has entendido! -resopla Carmen.

Bien. Ahora ya no es necesario seguir imaginando, entre otras cosas porque desde nuestra mente adulta sería imposible pensar que, al terminar el diálogo, ambos niños quedarían convencidos: una, por haberse explicado bien y otro, por poner fin a una duda que le creaba inquietud.

En el mundo maravilloso de la infancia ocurren estas cosas. 

De igual modo, si los escuchásemos hablar de levantar fronteras; de llenar de insultos un lugar donde otros niños juegan al fútbol, o de que lo mejor en la vida (para parecer más fuertes) es gritar, ser egoístas o sonreír poco; si ellos hablasen de todo eso, digo, estoy seguro de que se harían las mismas preguntas absurdas que en el diálogo de la guerra.

Absurdas para nosotros, claro. Para los que no necesitamos pasar por la cinta métrica en una atracción de feria.  

Como diría Carmen: ¡Qué distinta sería la vida si todos oliésemos a gominola! No es que ser adulto sea malo. Lo que pasa es que muchas veces, en lugar de peinar canas, peinamos escamas. Y eso es algo contra natura. Tanto como intentar explicar la vida desde los ojos de un niño.

Te puede interesar