Opinión

Monzón

El niño, sobre el colchón mojado. Bajo sus pies, llenos de barro, hay un suelo con mucho más barro, un lodazal con mosquitos y quien sabe si con tifus, el que acaba de dejarles el monzón.

Él y su familia están en Pakistán, o quizás en la India, poco importa; es lo que tienen los desplazados por cuestiones étnicas o meteorológicas: solo ocupan titulares cuando la tragedia los barre del mapa. Mientras tanto, siguen su huida silente, dándonos lo mismo que se lleven la casa a cuestas, con todos esos kilos de pobreza que les caben en la mirada y que, de tanto peso, portan con la ligereza de una valentía que se sobrepone siempre al fracaso.

En estos días, en los que acaban de cumplirse diez años de la muerte de Vicente Ferrer, una de las personas que más iluminó la solidaridad en la pobreza, pareciera que este aniversario fuese igual de silencioso que las pisadas de esos seres humanos a los que la vida colocó en territorio monzónico; en Pakistán o en la India, qué más da un colchón mojado o dos...

Pues bien, a este activista de la bondad, que se pasó gran parte de su vida haciendo lo que le dictaba el corazón, es decir, ayudando a los demás en la India, no le daba igual. Y digo esto porque en tiempos de petroleros capturados, de ensayos con misiles o de guerras de aranceles para ver quién ahoga más a quién, las noticias de desastres naturales, que siempre golpean a los mismos en los mismos lugares, son apenas anécdotas y fotos que luego ganan concursos y sirven para denunciar, dicen, que el pobre -como el Sur- también existe. 

Ya sé que no es lo mismo hablar de 36 muertos en Yemen -como acaba de ocurrir- que de 36 muertos en Manhattan, por ejemplo. Tampoco es lo mismo un tornado en Oklahoma que ese otro viento que todo lo arrasa en el Golfo de Bengala, o por ahí, qué más da…, y que estos días ha dejado un millón de desplazados. 

Pero para Vicente Ferrer no era lo mismo. Precisamente porque él contaba seres humanos, no números. En su vida quiso que 1+1 no fuera igual a 2, porque la solidaridad no es una ciencia exacta y su grandeza radica -también la de Ferrer- en que al sumar, multiplica, ya que un poco de casi nada es siempre mucho. 

Por eso, si el tango decía aquello de “veinte años no es nada”, qué son, entonces, diez años, los que llevamos sin este guía de amor fraterno: una insignificancia en la eterna gratitud que le debemos a él y a tantas personas para quienes un niño sobre un colchón mojado en el barro es todo un drama. Pensemos en ello. Solo pensémoslo un instante. El verano también es bueno para ventilar conciencias.

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