Opinión

Sasaki

Qué prefieres, biología o biografía?, es decir, agarrarte a las raíces o a la salud. Posiblemente, si nos hicieran esta pregunta en frío, como el vendedor de libros que toca el timbre, todos responderíamos que preferimos la salud. Más que nada, porque primero hay que respirar y luego soñar.

Sin embargo, el profesor Sasaki no pensaba así. Este intelectual, uno de los últimos supervivientes de la tragedia nuclear de Fukushima que no quiso abandonar la zona del desastre, acaba de fallecer en Japón. Por desgracia, no sería noticia si no fuera por su defensa a ultranza del territorio y, como Unamuno, rompía lanzas en favor del espíritu identitario y de todo lo que supone el afecto por la tierra.

Y es que no hay nada más universal que amar el metro cuadrado que pisas; sentir el latido de lo telúrico, o de la energía, o del alma subterránea, llámale como quieras. El árbol nace de las raíces y se eleva, igual que la cultura crece con el pensamiento crítico, esa balanza que equilibra la realidad y nos permite ver con amplitud lo inabarcable del horizonte.

Así, el profesor Sasaki decía que no se iba de su tierra radiactiva porque ni su esposa, —con demencia senil— ni su madre soportarían dejar su hogar por un refugio prefabricado. Biografía frente a biología...

Desastres nucleares aparte, en otras latitudes, la radiación demográfica es la que asola los territorios, y ello provoca que surjan propuestas para hacer batidos de municipios (también podríamos fusionar provincias, regiones o países, pero esto nadie lo plantea), y quienes defienden estas uniones geográficas lo hacen sin atender a más consideraciones que las económicas. No estaría mal, digo, si en esto de optimizar la tierra el factor identitario fluyese como el viento, intocable. Pero no. Despersonalizar territorios es algo así como compartir plato y vaso en la comida: nadie se envenena, de acuerdo, pero resulta ciertamente incómodo.

Lo que denominamos “servicios” es algo necesario, fundamental en muchas ocasiones, pero solo alcanza la parte física del ser humano; la otra, esa que no se ve pero que se siente muy adentro, requiere de otras infraestructuras tan etéreas como sólidas para las que la ingeniería aún no tiene respuestas. Y si no, que se lo digan al profesor Sasaki, quien sin un gramo de cemento fue capaz de construir un edificio indestructible, y al que se entra por una única puerta: la del respeto. 

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