Opinión

Anécdotas y experiencias a los cien años de Fraga

Al conmemorarse el centenario del nacimiento de Manuel Fraga, obviamente, desde diversas perspectivas, también a quienes lo tratamos como periodistas coetáneos de la época en que fue ministro de Franco, luego en la transición y presidente de la Xunta, tenemos algo que contar, como en mi caso, de mi propia experiencia, donde hay episodios diversos y que no empezó especialmente bien. Fue en el Hotel Bahía de Vigo, cuando vino a presentar Alianza Popular, donde yo pasé uno de los trances menos gratos de mi carrera profesional, al ver a un Fraga verbalmente violento y alterado antes las preguntas que los más osados, como yo mismo, le hacíamos. El momento más tenso se produjo cuando otro colega le preguntó si su pasado no podría perjudicarlo en este nuevo tiempo, pero empeoró cuando yo le dije si no se debería celebrar un referéndum sobre república o monarquía, como paso previo a la entonces esperada democracia. Fraga saltó por los aires. Previamente, sobre su pasado, dijo una frase que luego le vi repetir muchas veces: “Yo, como Cánovas, siempre tengo mi pasado presente”.

Luego, como periodista, estuve presente en otros actos y conferencias de prensa. Siempre nos saludamos con fría cortesía. Él sabía quién era yo y yo quién era él, aunque en ese sentido, las cosas mejoraron algo. Cuando fui elegido presidente de la Asociación de la Prensa de Vigo lo visité con mi directiva y ocurrió algo curioso: Fraga tenía la costumbre de repartir libros a quienes lo visitaban, pero no de los suyos, sino de los que otros autores le enviaban a él. De suerte que, por lo general, eran libros que le estaban dedicados. Presidió en Vigo la LIII Asamblea General de la Federación de Asociaciones de la Prensa, de la que fui organizador, y en ese acto, en el Teatro García Barbón, tuve que hablar delante de todos los representantes de las asociaciones de periodistas de España. Era comprometido. Me referí a que, en su momento (pese a sus carencias y riesgos) con referencia a la legislación de guerra de Serrano, su ley supuso un avance, aunque incompleto. Las fotos de la cara de Fraga reflejan que no debía de gustarle del todo lo que escuchaba.

En la etapa final de mi vida profesional como periodista, antes de desembarcar en la Universidad, tuve algunas otras experiencias. Esta es curiosa. Fraga, cosa no muy sabida, con cierta periodicidad invitaba a comer con él, de modo privado, a algunos de los periodistas que escribíamos en las secciones de opinión. No era para que tú lo entrevistaras, sino para que él, durante su etapa como presidente de la Xunta, te entrevistara a ti, previo pacto de ni divulgar ni reflejar lo hablado en el encuentro. A mí me citó en un conocido restaurante de Santiago y durante el almuerzo hablamos de casi todo, pero lo mejor fue el final. En aquel tiempo me había aficionado yo al calvados, de suerte que con el café pedí una copa y me la trajeron como si fuera un coñac. Al verlo, Fraga me miró y dijo: “Se va usted a tomar eso?”. Yo le respondí: “Sí, don Manuel”, a lo que él replicó: “Esperé”, e hizo llamar al dueño del establecimiento. Cuando vino el dueño Fraga la preguntó cuántos tenedores tenía la casa, y tras la respuesta espetó: “Y usted no sabe que el calvados se sirve en copa cónica sobre lecho de hielo”. Yo estaba perplejo, y seguidamente nos dio una conferencia sobre el asunto.

En el mismo lugar, uno de los dueños, me contó más tarde otra anécdota divertida: Había citado Fraga a los miembros de su Gobierno a almorzar allí, y a medida que fueron llegando, cada uno pidió el plato de su agrado, generalmente, marisco, pescado del bueno o carnes. Tomada la comanda, esperaron que llegara Fraga y cuando éste lo hizo y le preguntaron qué quería respondió: “Cocido para todos”.

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