Opinión

Carta a los Reyes Magos: “Traednos ilusión”

En mi condición de mi función en los años ochenta, como secretario que fui del Rey Melchor en la cabalgara de Reyes de Vigo (casi se podía decir que lo conocía tan bien que era como si fuera yo mismo) todos los años, me gusta volver a escribir mi carta a los magos de Oriente.

Queridos Reyes Magos: Otra vez os escribo, con la misma esperanza, con la misma ilusión, con el mismo optimismo de un niño. Y es que vuelvo a sentirme como tal y vuelvo a vivir en aquella entonces pequeña ciudad de Lugo, donde todos nos conocíamos, y donde la Navidad era una fecha entrañable, pobremente iluminada y frío el ambiente, pero desbordada de calor en nuestras emociones. Creo en vosotros firmemente en el sentido de que vivís en el corazón de los padres y las madres buenas. Sé que son tiempos difíciles y apretados, pero, ¿acaso no siempre lo fueron? Yo me acuerdo de aquella España de la autarquía y la larga postguerra. Nací en 1948, pero se notaban todavía sus efectos: era una España triste, en parte cautiva de los vencedores sin piedad, amparados por una Iglesia tenebrosa que sólo sabía hablarnos de las penas del infierno y no del perdón y de la esperanza.

Vuestra llegada era un hecho singular y esperado, más que ahora. Os diré por qué. Los españoles vivían sencillamente como podían. Y el dinero era escaso. Las familias humildes como la mía –todavía apenas había clase media- vivían al día, sin que sobrara ni faltara nada, porque nuestras madres eran formidables estirando los salarios de trabajadores comunes, como mi padre, que era ferroviario. A uno, le regalaban algo dos veces al año: primero, en tu cumpleaños, que casi siempre era una caja de lápices o un libro (por cierto, que conservo como un tesoro). Segundo, cuando vosotros veníais. Yo os escribía una carta larga, como dando opciones. ¿Dónde habrán ido a parar el caballito de cartón, los camiones de madera, o aquellos coches de hoja de lata? ¡Esos sí que eran juguetes formidables! De todo aquello conservo una vieja escopeta y los indios y vaqueros, supervivientes de las rapiñas de mis primos y de otros que vinieron después de mí. Por cierto, que una de las cosas que nunca faltaba eran un par de cajetillas de Camel de chocolate…Con aquella escopeta y los indicios y vaqueros juegan ahora mis nietos. Siempre fui cuidadoso y como no tuve hermanos no pocas cosas sobrevivieron.

Yo nunca he visto recibimiento mejor ni cabalgatas más fastuosas que las de mi Lugo natal, porque se engrandecen en el recuerdo de mi mente infantil. Organizaban aquella gran parada el Ayuntamiento, el Frente de Juventudes y el Regimiento de Caballería “Talavera 13” que ponía lo más importante, los caballos. Muchos caballos, un escuadrón o dos. ¡Aquello era de ver! En la fría noche de enero a 400 metros sobre el nivel del mar, el corazón se nos salía del pecho….

Aquella noche apenas dormías, y tan pronto como podías saltabas de la cama y corrías a la habitación de los abuelos, donde estaban los esperados regalos…¡Qué sencilla felicidad encontrarte con lo que habías pedido –no siempre todo- y algunas cosas que no esperabas! Yo he procurado que mis hijos, y que ahora mis nietos lleguen a sentir la misma emoción. Pero no es fácil: en esta sociedad de consumo, los niños han perdido el sentido del valor de las cosas porque los adultos no hemos sabido administrar en dos sentidos: que el premio requiere el esfuerzo previo, y los hemos abrumado en cumpleaños, santos y fiestas, con cientos de cachivaches que luego se abandonan. Y se ha perdido hasta el sentido del juego, fuera en casa o en la calle, que antes tenía un sentido social y educativo. Pero no quiero ponerme pesado.

Vuelvo a escribiros ahora para pediros, sobre todo, que nos traigáis ilusión. Ilusión para creer que las cosas pueden mejorarse, que todo el mundo pueda vivir la vida digna que merece; para hacer un mundo mejor, para recuperar la fe en el futuro .Para que los hombres buenos no se cansen de serlo, para que los que luchan no desfallezcan, para que jueces justos metan en la cárcel a todos los ladrones de guante blanco y que devuelvan lo robado. Ya sé que es mucho pedir, pero vosotros lo podéis todo. Y los hombres y las mujeres de buena voluntad haremos todo lo que podamos. Insisto, mis queridos Magos de Oriente, ¡traednos ilusión! La necesitamos más que ninguna otra cosa. Vuestro afectísimo Luis Fernando Ramos Fernández

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