Opinión

Una clase política de baja calidad

Confesaba el maestro Indro Montanell que, a veces, delante de su vieja Olivetti, su inseparable amiga, sentía una profunda sensación de desánimo al tener que escribir sobre la clase política italiana, pues entendía que era de tan escasa y generalizada categoría que, en lugar de comentar sus andanzas, más valiera dedicar el tiempo y el espacio a escribir sobre las margaritas. Otras cosas que han quedado perpetuadas para siempre fue su consejo de “votar tapándose la nariz” o que a la hora de votar se hiciera una lista en columnas de todos los partidos, anotando las razones para no votar a unos y a otros, y resolver al final hacerlo al que menos razones en contra tuviera. O, por fin, el consejo de que los periodistas no deberíamos ir con los políticos ni a tomar un plato de espaguetis.

Es curioso que ante el ordenador yo siento con frecuencia estos días sentimiento parecido al de Montanelli, al pensar en decir algo sobre la actual clase política española, donde abrevan tantos sujetos que ni vienen de parte alguna ni tienen a donde ir cuando dejen la mamandurria que los mantiene. Esa sensación se ha incrementado estos días en que releo un estimado libro de don Salvador de Madariaga, titulado “Españoles de mi tiempo”. Es mi costumbre volver de ver en cuando a libros como éste, cosa que hago ahora. La obra en cuestión es un breve apunte biográfico de personajes de todo tipo de la vida española contemporánea del ilustre coruñés o que éste llegó a conocer, tanto de derecha como de izquierda y de todas las actividades y profesiones, desde Cambó a Fernando de los Ríos, desde Azaña a Ramiro de Maeztu o Julián Besteiro, desde Ortega y Gasset a Indalecio Prieto, Américo Castro o Gregorio Marañón. Al leer este libro uno se pregunta cómo es posible que hayamos llegado a una miseria nacional como la presente, con raras excepciones apenas reseñables.

Y esa miseria se refleja no ya en la gestión de los que gobiernan o de los que están en la oposición, sino en el propio discurso que emiten. En España, como antes en Italia, como decía Montanelli, “se ha perdido hasta la seriedad”. Se miente, se tergiversa, se sentencia, se alteran los datos, se analiza sobre falsos supuestos. Pero, sobre todo, el discurso de la política son opiniones de unos políticos sobre otros. En ese sentido, un estudio llevado a cabo hace unos años por varias universidades, dejó en evidencia que gran parte de las noticias que publican los medios en este terreno no son hechos, sino opiniones o lo que dicen unos políticos sobre otros. Quizá porque ya tengo la perspectiva de los años, a mí, cada vez más, me acomete el mismo sentimiento que apuntaba el maestro Montanelli, pero lo grave es que estos sujetos toman decisiones que nos afectan a todos, los mantenemos con elevados sueldos y prestaciones y perduran y se perpetúan. Una de esas evidencias más procaces es la baja calidad del propio discurso parlamentario, desde todas las esquinas y en algunos casos más que otros. Con razón, las encuestas serias reflejan que millones de españoles pensamos que uno de nuestros problemas más pertinaces es precisamente la clase política.

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