Opinión

Nunca como ahora se cuestionó a España como nación


Hace veinte años, la Real Academia de la Historia publicó un interesantísimo libro, titulado “España como nación” que en aquel momento respondía a la necesidad de dar una respuesta contundente y científica a la ya entonces frecuente especie de considerarla como “un amasijo artificial de varias entidades verdaderamente nacionales”, pero no una nación verdadera en sí misma. A esa especie, se habrían de unir las frivolidades del presidente del Gobierno, Zapatero, autor de tan brillantes asertos como que el “concepto de nación es discutible y discutido”. No fue suya, ni de González (que la usó tempranamente), ni de Sánchez, que la emplea a veces, la frase de que “España es una nación de naciones”, sino del catalán Cambó, pero con un sentido bien diferente del actual. Ya entonces se señalaba que en algunos manuales de historia o de geografía se desvincule la historia regional de la del mundo circundante, los ríos sólo se estudien en el tramo en que fluyen por el territorio propio, los límites provinciales se presenten como fronteras y se silencien o nieguen los más obvios lazos históricos, políticos, económicos o culturales que forman la historia común. La Real Academia de la Historia consideró un deber institucional organizar un ciclo de conferencias en el que algunos de sus miembros expusieran con rigor científico, documentación fiable y honestidad profesional la innegable condición nacional de España, cuyos textos fueron recogidos en la citada obra.

En el prólogo de su conferencia, el historiador José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano escribe: En diferentes lugares de nuestro país, varios personajes, personas y personajillos manifestaron su convencimiento, divulgado por prensa y audiovisuales, de que España no constituía una nación, sino una etiqueta estatal donde se aglomeraban artificialmente algunas realidades nacionales bien definidas junto a otras de más borrosa personalidad, a las cuales, en último extremo, cabría limitar el concepto residual de España. Claro está que con este método reduccionista y atomizador la geografía nacional o política que hoy conocemos se transformaría en un caos y Babel suicida de circunscripciones minúsculas, sin que ninguno de los grandes protagonistas estatales, llámese Inglaterra, Alemania, Francia, Italia, China, USA, México o Brasil, quedase a salvo del capricho de la descomposición, y sin otro límite que el pronunciamiento anárquico individualista. Ante el volumen y reiteración de las voces que negaban las dimensiones y hasta la propia existencia de la nación española, la Academia de la Historia, entre cuyas tareas figura la de iluminar las tinieblas de las mentes o de los propósitos, creyó oportuno abandonar el discreto silencio de sus quehaceres para exponer su opinión sobre asunto de tanta importancia, no se fuese a tomar su mudez por aquiescencia, insensibilidad, soberbia o sordera.

Lamentablemente, pese a le temprana y alertadora advertencia de la Real Academia de la Historia, en el panorama actual las cosas han ido a peor, y se ha pasado de la mera negación intelectual a poner en marcha los mecanismos que desconfiguren esa entidad nacional como parte común de la nación española, por parte de determinados sectores de la clase política que unen a la ignorancia la osadía.

Te puede interesar