Opinión

Que en 2003 se recupere el tono ponderado del debate político

A lo largo de mi carrera como periodista, tuve el privilegio de poder conocer y entrevistar a personajes clave de aquella convulsa España de los años 30, y repasar con calma sus propias responsabilidades en la tragedia de 1936. La mayoría de esas entrevistas que grabé y conservé se pueden consultar hoy en el Arquivo Sonoro de Galicia, donde las deposité. Entre los personajes que entrevisté destacan Enrique Líster, Santiago Carrillo, José María Gl Robles, Dionisio Ridruejo; Santiago Alvarez, el hemano de Durriti, que trabajaba de ferroviario en Lugo, a los generales Gutiérrez Mellado y Díaz Alegría, varios ministros de Franco y Eugenio Montes. También conocí y entrevisté a historiadores fundamentales para comprender nuestro pasado como Herbert Rutledge Southworth, historiador norteamericano, autor del libro “El mito de la cruzada de Franco”. Y además a todos los personajes notables de la Transición, desde Roca Junjent a Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra, Fraga, Bustelo Peces Barba o hasta Jordi Pujol o Enrique Tierno Galván. Con respecto a los primeros, la conclusión general, desde la perspectiva de cada uno, era que el clima previo a la tragedia era que, según sus palabras “No nos soportábamos”, vinieron a reconocer todos. Aparte de los citados actores en primer plano que he citado, también entrevisté a exiliados, como Arturo Cuadrado, el comunista Luis Soto, secretario de Castelao, y a todos los gallegos coetáneos desde Otero Pedrayo a Xaquin Lorenzo., Cunqueiro, Castroviejo, Paz Andrade y otros. 

La evidencia de la España de nuestros días, en el plano del diálogo político, reproduce, a mi entender, un clima parecido a aquellos rotos los puentes de diálogo, respeto y tolerancia posible. Restablecerlos fue la gran función de la transición, clima que se ha ido deteriorando con el tiempo, hasta el punto insólito de que los propios miembros de la coalición de Gobierno califican a la Constitución de “Régimen del 78” y predicar abrogarla un día sí y otro también. El mayor enemigo de la Constitución es la variada concurrencia de los socios de Pedro Sánchez. ¿O es que hay dudas? Del aluvión de análisis que estos días se hacen, sorprende la parcialidad las abstracciones. De suerte que para unos es normal y ni siquiera se cuestiona la reforma precipitada, sin discusión, del Código Penal a la medida del descargar o anular, “realmente a la carta”, la responsabilidad de quienes incurrieron en actos que, se les califique de uno y otro modo, en cualquier país democrático, hubieran tenido reproche penal. Pero aún peor es que tales cirugías sobre el referido código sean el contrapago impuesto por determinados consocios del presidente Pedro Sánchez por su apoyo, y por si fuera poco, los portavoces de los beneficiados presumen de ello, al tiempo que advierten que sus planes son perseverar y que tales rebajas en tipificación de sus actos es una medida de efectos esperados “a futuro”. Todo esto es democrático y normal porque lo apoya una mayoría parlamentaria a cuyo frente está el mismo que dijera que por sus principios jamás lo veríamos en tal situación.

Es lamentable el retraso en la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Menos mal que ha vuelto algo de cordura en la iniciada renovación, todavía incompleta. del Tribunal Constitucional. Pero ha sido insólito que desde la tribuna del Congreso se compare a los jueces con Tejero, se hagan analogías y se considere ilegítimo que en Cataluña se aplicara la Constitución y el Código Penal. Esperemos que el paso dado por el denominado sector progresista del Consejo General del Poder Judicial sea un augurio de que las cosas van a cambiar y que el 2023, sea el año en que, dentro de la discrepancia y la batalla dialéctica se recupere un poco de sensatez y cordura en el debate y la gestión del Estado.

Te puede interesar