Opinión

Que no contaminen al San Martiño como a los difuntos

Dada la adulteración de nuestras festividades de todos los Santos y Difuntos, en las calendas de noviembre yo espero para celebrar como se merece nuestro San Martiño, que de momento es fiesta propia y popular, especialmente en Ourense. Son varias las razones por la que yo no comparto totalmente la tesis de que la costumbre norteamericana del Halloween sea una tradición celta, llevada por los irlandeses a Estados Unidos, con la misma raíz que el Samaín gallego, portugués, leonés o asturiano, y que ahora retorna por fortuna en la escuela gallega. Hay que matizar muchas cosas. ¡Qué curioso que el Samaín se celebre justamente en el territorio de lo que fue la Galleecia Romana! (Galicia, Norte de Portugal y parte de Asturias y León, esencialmente). Pero además con matices ¿En qué se basan para decir que el 31 de octubre los celtas celebraban el Samaín? No sabía yo que los celtas se regían por el calendario romano. Pero admitamos que en la medida que los días de luz iban a menos se celebrara una fiesta del fin de la época recolectora. 

Pero aparte del detalle del calendario romano, está otro aspecto a considerar para concluir relación directa entre unas cosas y otras. Aparte de haber cómo se demuestra eso de que el Halloween, como fiesta de los muertos, es decir, en la Festividad de los Difuntos, ¿cómo casa eso con el hecho de que dicha festividad fue en el pasado una fiesta de primavera? Dicha fiesta se celebró durante siglos el 13 de mayo y fue trasladada por el Papa Gregorio III para recordar a todos los santos de los primeros tiempos del cristianismo (Fieles Difuntos y Todos los Santos). 

Los romanos creían que las almas de los difuntos viajaban al mundo subterráneo donde reinaba el dios Plutón. Las almas eran conducidas por el dios Mercurio. A este mundo accedían atravesando la laguna Estigia, en una balsa conducida por Caronte, que previo pago los conducía a la otra orilla. El mundo subterráneo estaba custodiado por un perro de tres cabezas Can Cerbero. Allí las almas eran juzgadas y tras el veredicto eran conducidas a la región de las almas bondadosas o malvadas. Siete eran las zonas que se diferenciaban en el mundo de los muertos: La primera estaba destinada a los niños, no natos, y no podían haber sido juzgados. La segunda es donde estaban los inocentes ajusticiados injustamente. La tercera correspondía a los suicidas, la cuarta era el Campo de Lágrimas donde permanecían los amantes infieles. La quinta estaba habitada por héroes crueles en vida, la sexta era el Tártaro donde se procedía al castigo de los malvados y por último la séptima, los Campos Elíseos, donde moraban en la eterna felicidad las almas bondadosas. Allí la primavera era eterna y se podían bañar en las aguas termales del río Leteo, que hacían olvidar a los muertos su vida pasada. Este paraje era identificado con las Insulae Fortunatae, las islas Canarias. De ahí lo de “Islas afortunadas”.

Roma es lo tangible, amigos, dejémonos de Halloween y de otras caralladas norteamericanas.

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