Opinión

Rescoldos y miserias que dejan las campañas electorales

El discurso político es, según Azorín, una obra escénica completa. El actor es el político, el candidato. Así que nadie que no quiera serlo puede ser engañado. Representación, nudo y desenlace. La cosa, verán ustedes, no da más de sí. Durante la campaña electoral hemos escuchado muchas palabras mágicas. Los políticos las enarbolan como una bandera. Cuando se dicen estas palabras es como si todos creyeran realmente que se solucionan los problemas sólo con pronunciarlas. El perfeccionador de esta técnica no fue un demócrata, fue Goebbels, un experto en el uso de las palabras adecuadas. El ministro de propaganda nazi cuidada el lenguaje; era como un artesano. Hitler, por su parte, decía que el orador político debe despertar los sentimientos primarios de la gente y utilizarlos a su favor. Lo hizo, sin duda. Fue capaz de decirle al pueblo alemán lo que éste quería oír.

Hoy en día, palabras como progresista, conservador, derecha, patriota, nacional, facha, tienen, según quien las pronuncie distinto significado. Pero las más de las veces, ya no quieren decir nada. En la pasada campaña electoral se ha practicado el viejo esquema de la lógica electoral más desgastada. Sus elementos más comunes recuerdan la separación primaria con sentido tribal. Por un lado, ellos; por otro, nosotros. Se establece un leit motiv como punto débil del enemigo y se carga sobre él toda la artillería ridiculizando a los adversarios. Cada día, los candidatos se contestan a las cosas que sus oponentes dijeron el día anterior. De todos modos, de una manera pautada, se introducen elementos nuevos de modo dosificado a medida que avanza la campaña. Pero el discurso real no pasa más allá de la media docena de ideas. Pero lo que ha corrido abundantemente ha sido el caudal del insulto, la descalificación y la falta de respeto a los ciudadanos que no votan la propia posición desde la que se expide. Y, en ese sentido, no ha habido grandes diferencias.

La modulación de las intervenciones depende del nivel cultural del auditorio. Pero más que hacerlo pensar, en las campañas electorales al uso, se pretende remover los elementos personales de adhesión o antipatía. Cuando el auditorio se considera más selecto, el tono del contenido sube y se rebaten los datos del adversario. Cuando se encuentra un recurso brillante se explota hasta el infinito. Al Gore, vicepresidente con Clinton, utilizó los mismos recursos para descalificar a sus adversarios. Gore dijo que los demócratas y los republicanos eran, en ambos casos, un puente; pero con una diferencia. Mientras ellos lo tendían hacia el futuro, los republicanos lo orientaban hacia el pasado. Sentimientos primarios, emociones, tópicos, manejo de las masas. Siempre lo mismo.

La campaña electoral es una gran representación teatral. Hoy en día, lo importante no es celebrar mítines multitudinarios, sino que aparezca la noticia más tiempo o espacio y mejor tratada en los medios de comunicación. A veces, piadosamente, los periodistas mienten. Ocurre, por ejemplo, en esos actos de partido a los que asiste media docena de despistados. Los fotógrafos se contorsionan para conseguir un plano en el plano ocho personas parezcan llenar el salón. Menos mal que esto se acaba. Es una cursilería decir, como dice Chaves, que es la gran fiesta de la democracia. A ver si nos vamos acostumbrando a que sea simplemente un proceso normal dentro de un estado de derecho que periódicamente debe devolver el poder a los ciudadanos para que éstos lo redistribuyan entre los partidos.

El país ha quedado inundado por la retórica. Habrá que hacer limpieza no solamente en las paredes, sino también en los espíritus. Unos se habrán convencido y otros no. Pero ya sabemos que las campañas electorales no sirven para convencer, sino para reforzar.

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