Opinión

Cambiar el sistema económico

Prácticamente en todos los lugares del mundo se vive hoy mejor que en cualquier otra época. En España también, sin duda. Los niveles de bienestar, el acceso a la educación, a la justicia, a la sanidad y las coberturas sociales de la gran mayoría de la población no son comparables a ninguna otra etapa histórica, a pesar de que se multiplican las diferencias entre los que más tienen y los que no tienen casi nada. La protección y defensa de los derechos ciudadanos -incluidos los de las mujeres, tan oportunamente reivindicados y tan de actualidad estos días- es incomparable con ningún otro momento histórico. Con algunas excepciones terriblemente cruentas y duras, apenas hay guerras y la gran mayoría de los contemporáneos, contrariamente a lo que sucedía antes, no ha vivido ninguna. El cambio es radical y, en buena medida, eso se ha conseguido gracias a un sistema económico, el capitalismo, absolutamente instalado en nuestras sociedades.

Y, sin embargo, ni ésta es una sociedad más feliz ni el culto al dinero, instalado en nuestra forma de estar en la vida, garantiza una mayor felicidad. Todos queremos una mejor casa, un coche más potente, más de todo. Creo que nos están engañando, que nos estamos dejando abducir por el mensaje de que necesitamos tener más y que el que más tiene es más feliz. La carrera no termina nunca y no conduce a ningún sitio, sólo a buscar más, al precio que sea. Tener y no "ser". Decía recientemente José Antonio Pagola, siempre lúcido, que con dinero se puede comprar un piso más grande, una cama cómoda, relaciones, placer... pero que eso no garantiza un hogar cálido, un sueño tranquilo, una verdadera amistad o la felicidad. El dinero solo garantiza dinero y la necesidad de tener más.

Nos están engañando y estamos dejando que se adormezca la conciencia. El capitalismo salvaje necesita estar engrasando permanentemente la maquinaria. Quien tiene una empresa, tiene que crecer y crecer, absorber a otras empresas, porque si no lo hace, muere. Y muchos de los que crecen para sobrevivir, acaban perdiendo todo. Todo es transitorio, inmediato y, muchas veces, carente de sentido. Ese lado salvaje del capitalismo actual es el caldo de cultivo de los nacionalismos y populismos, porque los que van cayendo en la precariedad permanente por culpa de ese mismo crecimiento que echa a la cuneta a los que no sirven para el objetivo o se quedan atrás se refugian en los falsos profetas que que les prometen, casi siempre con mentiras, un futuro mejor a costa de romper el sistema. El hombre-masa, como decía Ortega, es un individuo miedoso e ignorante que acaba refugiándose en el grupo para conseguir sus objetivos y satisfacer sus deseos. Está pasando en España, en Italia y lo personifica Trump mejor que nadie, con un lenguaje no racional ni sincero, sino instrumental y cínico.

El Papa Francisco decía que el dinero gobierna con el látigo del miedo. Los políticos que de verdad quieren hacer una sociedad más justa, menos corrupta, deberían promover un cambio cultural para primar la libertad, poner frenos a los comportamientos descontrolados que favorecen a unos pocos, perjudican a muchos y hacen un sistema económico profundamente desigual e injusto. Pero los ciudadanos también debemos decir y hacer algo más.

Te puede interesar