Opinión

El descrédito de la verdad

Vargas Llosa escribió hace tiempo que "no se puede vivir sólo con la verdad. La mentira que llega a través de la fantasía enriquece la existencia siempre y cuando tengas conciencia de que es mentira. Lo peligroso es cuando las mentiras se presentan como verdades garantizadas por la ciencia". Ya sabemos que lo primero que muere en una guerra es la verdad y ahora mismo estamos en medio de una de ellas, no solo por la gravedad de la situación sino por el lenguaje bélico que usa el presidente del Gobierno.

En esta guerra no debería (Sánchez dixit) haber ideologías ni bandos porque el coronavirus ataca tanto a los de derechas como a los de izquierdas. Pero los hay. En buena medida porque quien lleva el mando único no quiere debatir las medidas ni acordar las condiciones para la salida de la crisis sino una adhesión incondicional al más puro estilo franquista. Quien ha hecho de la improvisación y del marketing sus dos armas principales -anunciar permanentemente vaguedades sin fechas ni concreción alguna y rectificar después si las críticas arrecian- y no ha dialogado con los afectados no puede exigir apoyos. El ejemplo más reciente lo tenemos en el anunciado plan de desescalada que nos conducirá a "la nueva (a)normalidad".

No hay nada más vago, difuso, inconcreto que lo que ha presentado Sánchez. Y no lo ha debatido en el Parlamento, como, por ejemplo, el Gobierno francés, sino, como es habitual, en una comparecencia televisada. No lo ha hablado antes ni ha tratado de consensuar las medidas con el principal partido de la oposición -al que exige siempre lealtad incondicional- ni tampoco con sus socios de Gobierno. No lo ha hecho con las comunidades autónomas ni con los ayuntamientos, sobre los que va a descargar, junto con ¿las provincias?, el control de las medidas. No lo ha hecho con los empresarios de turismo ni con lo de hostelería, con los de cines y teatros o con los autónomos, a todos los cuales ya ha marcado fechas de cuándo pueden abrir y cómo deben hacerlo. No lo ha hecho porque si hubiera hablado con ellos sabría que muchas de las normas que fija el plan son inviables, con plazos imposibles de cumplir y sin medios para aplicarlas aquí y ahora. Y si lo hacen estarán condenados a la ruina.

Lo mismo se puede decir de la Justicia. Se trata de aprovechar la pandemia para hacer reformas que de otra forma no se podrían hacer. Y lo de abrir los juzgados en agosto es un brindis al sol. No es que los abogados pidan que agosto siga siendo inhábil. Ya me dirán ustedes cuantos peritos y testigos van a acudir cuando les convoquen y estén de vacaciones. Y cuántos juicios no se celebrarán en agosto... y en julio y en septiembre porque el juez o el fiscal están de vacaciones. Como ha dicho un ilustre abogado "el problema de la Justicia no es que se reduzca la actividad en agosto, sino que se implanten las medidas necesarias para que se actúe eficazmente los restantes once meses del año". Ni jueces ni fiscales ni abogados ni procuradores están de acuerdo. ¿Con quién han hablado o para qué han hablado si no hacen caso a nadie?

"Hemos salvado muchas vidas", dijo Sánchez en su última comparecencia. "¿Hemos?" Mejor sería haber dicho que los sanitarios "han" salvado muchas vidas a riesgo de las suyas, sin contar con los medios anti contagio que debería haber provisto -ahí sí- el Gobierno que preside Sánchez. Hay que pedir que en la próxima sesión del Parlamento no solo Sánchez someta a debate y rectificación, buscando un consenso real, su plan para la desescalada, sino que PP, Ciudadanos, Vox, el PNV o ERC, por ejemplo, expongan cuál es su plan alternativo. Si lo tienen, claro. Sobre todo, si no quieren que la mentira que llega a través de la fantasía haga imposible reconocer la verdad.

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