Opinión

Elogio (de) y lamento por los profesionales

Este duro año para todos, que afortunadamente termina ya, aunque no sabemos si el que viene será mejor, como deseamos, ha sido en buena medida “el año de los profesionales”, a los que no siempre valoramos ni tratamos como se merecen. Tenemos excelentes profesionales en España, al mismo tiempo que tenemos un déficit importante en muchos sectores punteros.

Nuestros médicos están entre los mejores y más formados del mundo. Seis años de carrera y cuatro de MIR les convierten en excelentes profesionales. Lo mismo podemos decir de los profesionales de la enfermería. Y de los farmacéuticos, cubriendo la atención al público y, en ocasiones, soportando comportamientos incívicos. Sin su exigente formación y su inmenso trabajo, la pandemia habría sido mucho más trágica. Por eso, muchos países se llevan a médicos y enfermeros españoles, mal pagados aquí y poco reconocidos, ofreciéndoles mejores condiciones económicas y profesionales. Tendríamos que hacerles un monumento por suscripción popular.

Lo mismo podemos decir de los bomberos, policía, fuerzas de seguridad del Estado, especialmente la Unidad Militar de Emergencias, de los tenderos, de los conductores y camioneros que han hecho posible que no faltaran nunca los suministros básicos a costa de sus familias y con un claro riesgo de contagio. Lo tenemos que decir de los profesores, cuyo espectacular trabajo, reinventado cada día, ha permitido mantener la escolaridad de millones de alumnos. O de los periodistas. Y también lo podemos decir de los abogados, notarios o registradores -ahí está su trabajo generoso y permanente en la isla de La Palma- o el de los abogados en la pandemia trabajando en defensa de los ciudadanos o de los inmigrantes a pesar de todas las dificultades habituales y sobrevenidas, negándoles en algunos casos las medidas sanitarias de protección imprescindibles y muchas veces en situación de precariedad laboral y profesional.

Tenemos excelentes profesionales, poco reconocidos, que no son escuchados ni siquiera en lo que saben, que se han reinventado durante la pandemia, y a los que estamos tratando como si no hubiera pasado nada. Buenos profesionales para, muchas veces, empleos devaluados. Pero nos faltan otros muchos, sobre todo para el futuro inmediato, que nadie se está encargando de formar. No hay profesionales tecnológicos ni investigadores -especialmente mujeres, pese a que son mayoría- para las demandas empresariales inmediatas. La Comisión Europea prevé que en 2025 faltarán 900.000 trabajadores en las TIC. Tampoco tenemos suficientes profesionales del turismo, que es nuestra primera industria. Estamos preparando a futuros profesores o periodistas con sistemas ya obsoletos, pero, casi la mitad de ellos no van a poder ejercer sus profesionales por falta de oferta. Nos siguen faltando profesionales que hayan cursado una buena Formación Profesional y cada año muchos se quedan sin plaza porque no las hay. Tenemos un sistema educativo, desde Infantil hasta la Universidad, anclado en la era industrial y cada vez con niveles de exigencia más bajos.

Y, sin embargo, lo que se discute en la reforma educativa es si hay o no religión obligatoria o como acabar con la escuela concertada y cómo impedir la enseñanza del idioma español; en la reforma universitaria, lo que preocupa es cómo elegir al rector o que papel dar a los estudiantes; y en la reforma laboral, la temporalidad o los abusos de las subcontratas. ¿En algún momento han visto ustedes un debate serio, con datos, sobre la educación que vamos a necesitar, el marcado de trabajo que viene, la investigación que exige un país moderno, los profesionales que va a demandar el mercado en unos pocos años? Salarios bajos y precariedad no dan para emanciparse ni para tener un proyecto de vida, pero sin un proyecto educativo riguroso y un mercado laboral moderno, nunca tendremos los profesionales que nos pueden hacer competitivos. Y ahí nos jugamos el futuro real.

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