Opinión

¿Qué hacemos con los colegios en septiembre?

Los profesionales de la educación han demostrado una entrega, una capacidad de readaptarse y una dedicación admirables en estos meses de covid. También los centros educativos y sus equipos directivos. Primero hubo que cerrar los colegios de un día para otro y poner en marcha sistemas tecnológicos que, en la mayoría de los centros, nunca se habían tenido que utilizar. En segundo lugar, había que ofrecer contenidos educativos y sistemas de acompañamiento a padres, alumnos y familias, en todos los niveles, desde Infantil hasta la Universidad, tratando de minimizar las desigualdades de todo tipo entre alumnos. En tercer lugar, hay que cerrar un curso académico de una manera que no tiene precedentes. Y, finalmente, hay que preparar el curso que viene.

Las autoridades educativas, desde el Ministerio de Educación hasta las comunidades autónomas, han estado más bien pasivas y, lo que es peor, parece que siguen sin reaccionar. El ministerio reunió a las autonomías para llegar a un acuerdo sobre el cierre del curso y la decisión fue que cada uno hiciera lo que le diera la real gana. Con los sindicatos de la enseñanza, el ministerio se ha reunido, por primera vez, esta semana y no parece que hayan salido de allí sabiendo lo que viene sino todo lo contrario. Con las patronales, me temo que más de lo mismo. En España, al revés que en otros países no se han reanudado las clases, pero tan importante como cerrar este curso es clarificar cómo será el que viene.¿En septiembre, qué? ¿Cómo se van a organizar los centros? ¿Se van a partir las clases en bloques de no más de 15 alumnos? ¿A qué distancia un niño de otro? ¿Con qué medidas de protección individuales y colectivas? ¿Va a haber clases presenciales alternas -los lunes y miércoles, unos; los martes, jueves y viernes, otros y el resto on line?- ¿O unos por la mañana y otros por la tarde? ¿Cómo se va a hacer en preescolar donde es imposible evitar la interacción? ¿Cómo van a solucionar los padres que trabajan esta situación de tener media semana a los niños en casa? ¿Cómo y cada cuánto tiempo se van a desinfectar las aulas? ¿Se podrán utilizar los servicios o los alumnos tendrán que aguantarse hasta volver a casa? ¿Habrá comedores escolares o no? ¿Qué reformas tendrán que abordar los centros? ¿Cómo se paliará la desigualdad tecnológica que padecen muchos alumnos y que se ha puesto de manifiesto en la crisis? ¿Cómo se va a cuidar la socialización de los alumnos, que tanto ha sufrido en estos meses? ¿Quién resarcirá a los centros las inversiones que tengan que hacer?

Las preguntas se pueden multiplicar hasta el infinito. El problema es que los padres, los alumnos y, sobre todo, los centros y los profesores no tienen ninguna respuesta. Y sin contar con ellos, sobre todo con los centros y los profesores, no es viable empezar un curso escolar, ya de por sí complejo. Pero tampoco sin los padres y sin tener en cuenta que la conciliación sigue siendo una asignatura no pendiente, sino suspendida.

Dice Adela Cortina que "las democracias funcionan mejor allí donde se refuerzan códigos de conducta que la comunidad asume". Haría bien el ministerio, hasta que pueda haber un debate abierto y serio, en abandonar la reforma de la Ley de Educación, que ha colado en el Congreso con nocturnidad y alevosía, aprovechando la pandemia y la inactividad parlamentaria, y dedicarse a coordinar con las autonomías y con los representantes de los centros y del profesorado, una puesta en marcha lo menos caótica posible del próximo curso. La única forma de que no haya ganadores y perdedores, después de la crisis, al menos de que la desigualdad social no se incremente es la educación. Y eso no se puede hacer de espaldas al profesorado al que hay que devolver su dignidad y su autoridad.

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