Opinión

Manda el sectarismo

Escuchaba la otra noche a un político con responsabilidades de gobierno decir que la política es como se la esperaba antes de entrar en ella y, también, como parece desde fuera: cortoplacista, pegada a las encuestas, carente de estrategias a medio o largo plazo, excluyente con los que piensan de otro modo... Y es irrefutable. Pero, además, con apenas algunas excepciones que confirman la regla, tiene un enorme componente de sectarismo, de incapacidad de acordar con el adversario, ni siquiera de planteárselo.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, que tiene otras virtudes, acaba de acordar los Presupuestos para 2022 con Vox después de tres años de no conseguir un acuerdo suficiente para aprobarlos. Y lo primero que ha dicho es que no van a aceptar ni una sola enmienda de las que propongan los grupos de la oposición. Sin escucharlas, sin conocerlas, sin saber si pueden ser buenas para Madrid y para los madrileños. No aceptarán ni una. Entonces, ¿para que sirve la Asamblea de Madrid? Que licencien a los diputados y les manden el sueldo a casa. Es un acuerdo que afecta a la esencia de la democracia y del parlamentarismo, pero que no difiere mucho de lo que pasa en el Congreso de los Diputados y en casi todos los parlamentos regionales.

Quien gobierna en España desprecia de la misma manera la práctica totalidad de las propuestas del PP o de Ciudadanos, salvo que, por intereses espurios, le convenga aceptar alguna para mantenerse en el poder o para cohesionar con prebendas y cesiones sin límite un grupo de partidos que, incluso, están en contra de la Constitución y del régimen democrático. A Vox, de cuyas propuestas estoy a mil kilómetros, incluso le vetan o le hacen cordones sanitarios en el Congreso y en otras sedes parlamentarias, también sin siquiera escuchar sus propuestas. Pero en algunos lugares, como Andalucía, es Vox quien prefiere romper el diálogo con PP y Ciudadanos a que se pueda gobernar y se puedan deshacer los entuertos históricos del socialismo andaluz. No es la derecha, la izquierda, los extremos o el centro. Son todos.

Ni unos ni otros son capaces de discutir, acordar y aprobar una ley de pandemias que permita luchar contra la plaga del covid, aunque se esté demostrando que es urgente e imprescindible. Tampoco sobre el uso y el control de los fondos europeos. Ni lo intentan. El Gobierno nos miente con las previsiones presupuestarias y aparta a los empresarios de negociaciones y acuerdos en los que deben estar.Ser sectario no es defender unas ideas. Es no admitir los errores, no escuchar al adversario ni respetar al que piensa de otra manera, es rechazar el diálogo y el pacto, preferir acuerdos con los antisistema antes que con los que defienden la democracia y la Constitución.

Ser sectario es condicionar la independencia judicial y tratar de desprestigiar a los jueces cuando sus sentencias no son de su agrado. Ser sectario es no reconocer los valores del otro, por ejemplo, la calidad literaria de Almudena Grandes, incluso aunque esa escritora haya dado numerosos ejemplos de sectarismo. Ser sectario es alegrarse de que le hagan a otro lo que nunca aceptarías que te hicieran a ti. Hace muchos años, Enrique Miret Magdalena definía el sectarismo con rotundidad: “es la coacción, la identificación de la verdad absoluta con lo que dice el líder, el exclusivismo, la explotación de la buena fe, la búsqueda oculta de los intereses materiales de los dirigentes y los métodos de disminución de la personalidad libre”. La política actual está cargada de soberbia sectaria.

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