Opinión

El momento de la gran política

Tiene razón Albert Rivera cuando dice que si los políticos no son capaces hoy de ponerse de acuerdo sobre los grandes pactos que necesita España con urgencia, habrá que cambiar de políticos. También lo apunta Felipe González en una larga entrevista en El Mundo, aunque él se refiere más a que ha llegado la hora de que Rajoy de un paso atrás. No es el único que lo piensa. En tiempos de crisis, y éste lo es de manera intensa y profunda, se necesitan políticas imaginativas, partidos y políticos con visión de Estado. ¿Los tenemos?

No lo es un presidente del Gobierno que no plantea soluciones y propuestas políticas para resolver la mayor crisis institucional de la democracia y que sólo aspira o bien a que la Justicia -bendita justicia que no se deja manejar por los políticos- resuelva el problema o bien a que el tiempo lo solucione. Menos aún un Puigdemont que ha violado la ley, ha huido a Bélgica, pretende gobernar Cataluña por videoconferencia, y arrastra desde un radicalismo trasnochado a todos los catalanes a una batalla inútil e imposible. Tampoco ayuda que aplaudamos el silencio y la práctica desaparición del líder del PSOE, porque dentro y fuera de ese partido, casi todos intuyen que sus palabras contribuyen más al desconcierto que a la solución. El espíritu ilusionante inicial de Podemos se diluye por sus permanentes contradicciones y su carencia de respuestas serias a los problemas reales. Y Ciudadanos, que ha ganado en Cataluña y que tienen un lenguaje más fresco que la mayoría, parece preferir no arriesgar allí para ver si la marea le lleva suavemente a derrotar al PP en el conjunto del territorio nacional. Tácticas en lugar de ideas y propuestas. Parálisis en lugar de políticas poniendo en el objetivo a los ciudadanos. 

Y eso lleva simultáneamente a gobernar en el vacío y a la falta de respeto de los ciudadanos a sus políticos. Un déficit profundo que penaliza y desprestigia la acción política, precisamente en un momento en el que se necesita más que nunca un frente común, pero inteligente y con propuestas, ante el independentismo. Y una situación general que exige ideas nuevas para hacer una sociedad moderna, con proyectos compartidos, estable y sólida, para gobernar la incertidumbre en la que nos movemos. Esos son, además del asunto catalán y del vasco, que vendrá después, los pactos por la educación y la investigación, por la justicia, una salida al problema de las pensiones, un acuerdo en la financiación autonómica, tal vez un nuevo mapa de las competencias del Estado y de las autonomías... Se puede hablar de todo si los interlocutores son capaces de poner los intereses del Estado por encima de sus intereses de partido, lo que hasta ahora no ha sido posible. Ni siquiera lo han intentado.

Decía Ortega: "¿cuándo aprenderán nuestros ministros que los hombres de la calle no hemos venido al mundo para que se nos gobierne con facilidad, sino, al contrario, los gobiernos existen para que los hombres de la calle puedan vivir cada día con mayor plenitud y menos vetos". Es el momento de la gran política.

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