Opinión

Oficio de mentir

Hace no demasiado, sosteníamos, basados en los resultados electorales, que la corrupción no restaba votos. Luego hemos visto que no era así y el Partido Popular -que no ha sido el único y tal vez tampoco el principal partido enfangado en actividades ilícitas- lo sigue pagando. Lo mismo sucede ahora, y no solo en las redes, con la mentira, que cabalga desbocada engañando a muchos y confundiendo a otros.

Rubalcaba dio un vuelco a la historia previsible con esa frase de "no nos merecemos un Gobierno que nos mienta" que hizo ganar unas elecciones al PSOE y nos trajo a Zapatero. Si hoy resucitara, no solo se asustaría de lo que produjo esa afirmación dentro y fuera de su partido, sino que tendría que volver a pronunciarla. Tampoco nos lo merecemos ahora. El presidente Sánchez mintió a los españoles cuando dijo que no gobernaría con Podemos ni pactaría con Bildu, pero la lista de todas sus mentiras no cabría en este artículo.

La mentira no es exclusiva del Gobierno, a pesar de que su vicepresidente, el profesor universitario Iglesias, haga ejercicios todos los días para que pensemos lo contrario. La comparación de Puigdemont con los exiliados republicanos no es solo una mentira sino una afrenta a millones de españoles. Con la pandemia han mentido todos, aunque unos más que otros. Lo mismo que con las tesis. Y la falsificación de la historia por parte del independentismo es una estafa a la verdad. Casi peor sería ese Ministerio de la Verdad que anunció Sánchez y que iba a comandar Iván Redondo para vigilar la desinformación y dar "respuestas políticas".

Mentira y política han cabalgado juntas casi siempre, pero éste es uno de sus mejores momentos. He leído estos días un interesantísimo librito, "Las artes de la mentira política", de Jonathan Swift, el autor entre otras obras de "Los viajes de Gulliver", en una cuidadosa edición de Vicente Campos. Sirve para descubrir que las noticias falsas no han nacido ahora, sino que existían hace tres siglos y, seguramente, desde que el hombre es hombre. Lo nuevo, ahora, es su inmediata y extensa propagación, pero todo lo demás ya estaba inventado. Swift decía que "mentir es el verdadero consuelo de un grupo derrotado... pero los modernos han realizado grandes mejoras, aplicando este arte a la consecución del poder y a conservarlo, así como a vengarse en caso de perderlo". Hay otra frase que parece escrita para los que se rompen la cabeza sobre el problema catalán: "No puedes convencer racionalmente a alguien para que abandone una opinión a la que no ha llegado racionalmente".

Swift sugiere que un partido no debería decir nada que no fuera verdad durante tres meses y eso le daría crédito para seguir mintiendo durante otros seis más y propone algo revolucionario: unir a todas las asociaciones de mentirosos en una sola, formada por los líderes de los partidos, de manera que ninguna mentira se haga pública sin su aprobación, pues nadie sabe mejor que ellos lo que exigen las circunstancias y de qué tipo son las mentiras que se requieren. Aun así, advierte a los líderes que no se crean sus propias mentiras porque eso suele tener consecuencias fatales. Un buen político, añade Swift, debe tener una memoria breve para no decir siempre lo mismo y justificar las dos partes de una contradicción si conviene al momento o a quien le escucha.

Hay, según Swift, mentiras para cada mes del año, mentiras para aterrar y mentiras de prueba, que se lanzan para preparar decisiones posteriores de mayor calado. Y dedica un capítulo a dilucidar si una mentira se desmiente mejor con la verdad o con otra mentira, para concluir que esto último es lo adecuado. Swift tiene muchas dudas, lo que comparto, de que sea verdad esa máxima de que "la verdad acaba imponiéndose" porque "la falsedad vuela mientras la verdad cojea". Ignoro si Swift viajó en el tiempo hasta nuestros días y también desconozco si algún científico, en algún lugar, está buscando también una vacuna contra la mentira, que es una herramienta de la nueva moral. Tengo muy claro quiénes serían los primeros a los que obligaría a ponérsela, aunque no sé si seríamos capaces de aguantar un tsunami de la verdad.

Te puede interesar