Opinión

¿Qué hicimos con los héroes de la pandemia?

En “Contra el tiempo”, el mexicano Luciano Concheiro alerta de la sucesión constante de eventos que se desplazan unos a otros rápidamente sin dirección hacia lugar alguno, en un ciclo interminable, cuyo único elemento constante es la aceleración. Como una rueda de hámster que gira a gran velocidad sin desplazarse configurando una época de inmovilidad frenética.

Una metáfora de lo que son hoy nuestros medios de comunicación -las noticias que publicamos en primera página desaparecen fugazmente y nadie las sigue-; de nuestra política -lo que es hoy motivo de escándalo y de interpelaciones al Gobierno, a los distintos gobiernos, mañana se olvida, prueba del desinterés de los que controlan a los que nos gobiernan y de los métodos del Gobiernos para que se olvide lo que no les interesa-; y, por último, de nuestra sociedad donde los cambios son tan rápidos -y casi siempre tan poco reflexionados- que vamos descontrolados hacia ningún sitio. Lo importante es aparentar que hacemos algo, aunque detrás no haya un objetivo riguroso ni un interés real en mejorar lo que está mal.

Meses después de la mayor catástrofe sanitaria del último siglo, que se llevó a la tumba a más de 90.000 personas -nunca sabremos la cifra real- no ha habido una investigación seria e independiente sobre cómo se actuó y que deberíamos hacer para evitar que volviera a pasar. Meses después de poner en marcha una cierta cogobernanza, las comunidades autónomas avanzan a ciegas, la justicia tiene que suplir lo que debería hacer la política y no tenemos una ley de pandemias que dé recursos y seguridad a los profesionales sanitarios, a los políticos y, sobre todo, a los ciudadanos. Meses después de que murieran miles de mayores en las residencias, ni los parlamentos ni los gobiernos ni la justicia nos han podido decir qué pasó realmente y tampoco sabemos si se han tomado medidas para que eso no vuelva a pasar. Meses después de que el presidente del Gobierno dijera, con escaso bagaje de datos, que “hemos ganado la batalla al virus” las tasas de infección vuelven a acercarse a zonas de máximo riesgo en más de la mitad del país y en algunos lugares como Navarra, el País Vasco o Cataluña las tasas de infección o de hospitalización se han disparado en solo un mes.

Nos dijeron que las vacunas lo arreglaban todo y ya hemos visto que no es así, aunque no vacunarse es una bomba de relojería contra la salud de todos. Y, de nuevo, el presidente Sánchez, inasequible al desaliento acaba de decir en el Congreso que “estas Navidades van a ser mejores”, mientras que la presidenta de Madrid, Díaz Ayuso, se ha enfadado mucho porque su partido -con todo el sentido del mundo, haya o no otras razones- no le deja hacer cenas de Navidad con los afiliados. Después de Navidad vendrán los datos, pero para entonces otros eventos ocuparán nuestra atención y no recordaremos nada de lo anterior. Y los políticos se inventarán palabras o mensajes que cambien el sentido de lo que realmente pasa.

¿Qué ha pasado con los médicos, con todos los sanitarios, conductores, transportistas, tenderos, trabajadores de funerarias, miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad, los “héroes” de la pandemia, que se jugaron su vida para salvar la nuestra y que incluso dieron la suya? ¿Han mejorado sus condiciones laborales y salariales, se ha preocupado alguien de su salud mental después de la tragedia, han salido de la interinidad, han cambiado sus contratos precarios por otros indefinidos? La memoria es frágil en medio de esta actividad incesante, pero debería servirnos para exigir análisis rigurosos, medidas reales y efectivas, responsabilidades realmente compartidas. Pero también responsabilidad personal. ¿Volveremos a los aplausos en los balcones cuando la situación empeore? Todavía tenemos tiempo para cambiar las cosas. Poco, pero hay que aprovecharlo.

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