Opinión

Anonymous

Guy Fawkes, militar de profundas creencias católicas, en el año 1605 intentó volar en Londres la Cámara de los Lores, en un fallido intento de derrocar al rey protestante Jacobo I y sustituirlo por el católico príncipe Carlos. La conspiración se malogró y sus miembros fueron ahorcados. La ejecución alimentó las mentes de los reyes ingleses durante decenios, pues los católicos siguieron admirando al valiente Guy por su lealtad a Robert Katesby, noble inglés líder de los conspiradores católicos , al que protegió en sus confesiones, y por eludir la tortura al saltar del cadalso y romperse la nuca. 

El mismo año en que fracasó “el complot de la pólvora”, un adolescente, Renato Descartes, sobresalía por su inteligencia en el colegio jesuita de La Flèche, uno de los centros educativos más prestigiados de Europa; sus profesores le admiraban y le temían por sus revolucionarias propuestas metódicas. Descartes no duda en enfrentarse a sus adversarios y enemigos: el atomista Pierre Gassendi, el materialista y nominalista Thomas Hobbes, el aristotélico Voëtius, el obispo Daniel Huet, el neoplatónico inglés Henry Moore… y ya de adulto mantiene sus novedosas ideas que era reacio a compartir, lo que le granjeaba el desprecio y rechazo de muchos pensadores contemporáneos. Para varios especialistas fue el filósofo metafísico más importante de la historia; su “Discurso del método” rompe con la escolástica tradicional, descalifica el silogismo aristotélico que se enseñaba en las universidades europeas e introduce el análisis matemático, lo que le enfrenta con la Iglesia y, sobre todo, con los jesuitas. Sus tesis sobre Dios le granjearon la enemistad de influyentes científicows y teólogos que no podían compartir sus planteamientos revolucionarios, aunque otros asumieron sus novedosas teorías resumidas en la categórica frase “pienso, luego existo”. Se relaciona intercambiando conocimientos y nuevas teorías con el filósofo empirista inglés John Locke. 

El Viejo Milenario ha ojeado la obra de Máximo Leroy titulada “Descartes: El filósofo enmascarado” (Madrid 1930, Editorial Nueva Biblioteca Filosófica) y se siente obligado a reproducir la descripción de Descartes que lo convierte en un presunto conspirador contra los poderes de la nobleza y el clero: “Descartes, en lucha contra los jesuitas, con todos los furores de un Pascal, el Descartes que busca la creación de una nueva secta, el amigo de los ateos, ese Descartes extraño, hermético, errante, con un alma en pena, de ejército en ejército, de ciudad en ciudad, de nación en nación, para ocultar a los hombres el enigma cuya llave solo tuvieron en sus manos el alquimista Villebressieux, el cura ateo Picot y el ros-crucense Van Hogelande, sus íntimos y discretos amigos”. El Anciano consultó con intelectuales de reconocido prestigio la existencia de la nueva secta que cita Leroy y nadie le ha dado una respuesta que permita relacionar a Descartes y sus clandestinos amigos con la alquimia. Sin embargo, buscando en los viejos textos del abuelo, el Viejo MIlenario encontró la clave que resuelve el secreto mejor guardado y es La Metrie quien violentamente se lo arranca a Descartes: “Los libros contienen esos diversos alimentos así como venenos. Los lectores, decía, extraen substancia de los libros de acuerdo con su carácter, igual que la abeja o la araña que del jugo de las flores obtienen una de ellas miel y la otra veneno”. Los labios del Viejo Milenario enarbolaron una sonrisa, había llegado a la conclusión de que la cara que había servido de modelo para el pálido rostro de la máscara de Anonymous era la de…

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