Opinión

Añoranza

Cuando uno se va haciendo viejo, se hace imprescindible intensificar el placer que se siente al percibir que el presente existe y desterrar las añoranzas que nos retrotraen a un mundo que quizás no existió. Lo que es seguro es que ha dejado de existir, y son nuestros recuerdos los que le dan forma, modificando si es necesario lo que ha sido y ha dejado de ser. Vivimos en un eterno presente del que hemos de disfrutar participando de la belleza que nos rodea, procurando buscar la armonía de lo físico con la espiritualidad que recubre cada objeto, cada ser vivo, la luz, el aire...todo aquello que recrea la existencia. Hay que intentar ser feliz porque nunca un ser humano feliz ha sido intolerante, agresivo, egoísta, envidioso o malvado; por el contrario, la felicidad irradia tolerancia, compren- sión, empatía, generosidad y paz.

Me han sorprendido las declaraciones del escritor Yubal Harari, publicadas en este diario, en las que afirma que a partir del año 2050, los ricos podrán vivir indefinidamente. Estos, teóricamente privilegiados, podrán pagar una revisión técnica de su cuerpo cada diez años, lo que les permitirá evitar la muerte por enfermedad o envejecimiento. ¡Qué horror!, un mundo de inmortales ricos que vampirizan los recursos de nuestros planeta y una masa de miles de millones de pobres, alienados por el juego y las drogas. Este escenario dantesco sería la antesala de la desaparición de nuestra especie y la involución de la vida en la Tierra.

La vieja aspiración de los poderosos de convertirse en dioses, estaría al alcance de unos pocos, según pronostica Harari, profesor de historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Si ese supuesto tuviese visos de convertirse en realidad, ¿supondría la felicidad para los elegidos? Creo que vivirían en una angustia destructiva, estarían obsesionados por la seguridad, el miedo invadiría su pensamiento yla desconfianza enturbiaría sus relaciones. Se impondría el terror y la guerra se convertiría en una constante en todos los continentes.

La aceptación de lo que somos, la armonía con el presente, la empatía con los semejantes y la relatividad de lo negativo, son etapas del camino que hacen posible aspirar a la felicidad. El instalarse en la añoranza o angustiarse por un inexistente futuro; son el camino a la depresión y diso- cian el cuerpo del espíritu generando violencia y soledad.

Vivimos en una sociedad crispada, donde la envidia, el rencor, la violencia y la soberbia se apoderan del corazón de los hombres y mujeres, que necesitan descargar la negatividad almacenada sobre los demás. Festejos crueles, espectáculos sangrientos, masas enfervorizadas, crímenes execrables, violencia de género, maltrato infantil, violaciones, torturas, xenofobia, racismo y gue- rras son algunas de las manifestaciones de la infelicidad del ser humano.

Huyendo de un presente negativo, nos refugiamos en la añoranza de tiempos pasados, idealizamos lo vivido en detrimento del vivir. Magnificamos nuestras viejas relaciones mientras criticamos lo nuevo. Nos embobamos con guiones externos mientras renunciamos a la libertad del vivir. Nos amparamos en esquemas rígidos para justificar nuestro inmovilismo. Loamos el éxito de la ficción, mientras criticamos el existente. Existimos sin vivir y vivimos sin existir (contradicción aparente, realidad generalizada).

Recientemente he estado viendo viejas películas, filma- das en súper ocho, de escenas familiares; me he retrotraído a tiempos de mi juventud, he gozado de imágenes de mi hijo cuando era un bebé, de mi madre, de mi abuela, de mi tía Julia; de alumnos y alumnas de hace cuarenta años. Me he solazado, pero no he añorado. Porque hoy soy como soy, porque ayer fui lo que he sido. 

Te puede interesar