Opinión

Antropoceno

El tiempo se acaba!, ¡el fin tiene fecha, dos o tres segundos cosmológicos! Las cascadas tróficas se reproducen por todo el planeta, las interacciones de los depredadores humanos alteran sustancialmente el clima y por lo tanto la vida. La individualidad ha sucumbido a la globalización creando niveles de destrucción, fracasando cuando el enemigo es más letal: virus, bacterias, garrapatas, mosquitos, tóxicos, miasmas, roedores, cambio climático, contaminación del agua, del aire, de la tierra, insecticidas, pandemias… son las armas de destrucción masiva que, con la inestimable colaboración de corruptos y reaccionarios financiados por un capitalismo salvaje, han ganado la guerra contra la humanidad, mientras los Gobiernos se muestran satisfechos por pírricas victorias. El Antropoceno ha nacido con el Homo sapiens y con el ocaso de la civilización ha cumplido su ciclo, y dará comienzo un nuevo periodo glacial fruto del calentamiento. El fin próximo del Antropeceno anuncia el aniquilamiento de la raza humana y ya poco se puede hacer para evitarlo. 

La energía y su inmenso poder han condenado a la humanidad a una dependencia que ha enriquecido a unos pocos y esclavizando a muchos. Un hecho indiscutible es que no hay vida sin energía y tampoco la civilización avanzada de la que gozamos en la actualidad es viable sin el soporte energético que la mantenga. La energía primigenia no necesita ser regulada, es gratuita y solidaria con la naturaleza; las civilizaciones más antiguas la han venerado y convertido en dioses. Pero la energía fosilizada ha sido y sigue siendo la herencia envenenada de los seres vivos que han habitado la Tierra durante millones de años y su putrefacta materia se ha convertido en energía aniquiladora. Su control ha causado violentos enfrentamientos entre naciones, entre ricos y pobres, y su comercio ha destruido los equilibrios establecidos entre la humanidad y la naturaleza. Así lo escribió el científico Bill McKibben en su libro profético “El fin de la naturaleza”, publicado hace veinte años: los acontecimientos desde la década de los 80 se han desarrollado en la actualidad como anunciaba el autor.

Desde hace millones de años, la Tierra ha castigado y eliminado aquellos seres que amenazaban su destino como habitáculo único de los hijos de un fogonazo seminal de luz que rompió con la condena de la eterna oscuridad. Un diseño inteligente de la energía cosmológica ha creado el Edén bíblico para el hombre. Pero éste, en su soberbia, retó al destino y ha pactado con el destructor de la vida, el capitalismo salvaje, desapareciendo el fulgor para volver a la “despiadada oscuridad”. Venimos de la noche del tiempo y regresamos a ella. El mito sumerio de Utnapishtim o la creación de Yama o el arca Noé, recogen el miedo de la humanidad primitiva a su extinción por haber desafiado a los dioses. Pero es en China, en el siglo XII, donde vivió y murió uno de los hombres más sabios de la historia, que escribió teorías sobre la erosión del suelo, el descubrimiento de fósiles marinos en las montañas más altas del planeta, inventor de la brújula, astrónomo, biólogo… Este genio se llamaba Shen Quo y aportó ya de aquellas las primeras pruebas de que el clima de la Tierra está en continuo cambio.

Las generaciones humanas que nos han precedido han fracasado en la gestión del Edén y la actual ha sido incapaz de frenar el cambio climático y sus consecuencias. Todos somos necesarios para intentar salvar la civilización, pero no todos tenemos la misma responsabilidad. La ONU y los Gobiernos deben de liderar medidas drásticas que frenen el deterioro del planeta. Lo demás es demagogia y populismo.

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