Opinión

Apocalipsis

No encuentro palabras con que poder expresar el impacto que me ha causado la inmolación de una niña de cinco o seis años, convertida en bomba humana por el grupo terrorista nigeriano de Boko Haram. ¿Cómo es posible tanta maldad? ¿Cómo puede haber tanta pasividad en la comunidad internacional? Las bestias del Apocalipsis se adueñan del mundo: “Surgió del mar una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas” (Ap 13: 1), “otra bestia surgía de la tierra: tenía dos cuernos como de carnero y hablaba como un dragón. Ejercía todo el poder de la primera bestia en favor de ella, haciendo que la tierra y todos sus habitantes adorasen a la primera bestia…” (Ap 13: 12). Bestias míticas convertidas en realidad por la perversidad del hombre; nuevos jinetes se suman a la horda de la desolación: el miedo, la mentira, el egoísmo y la ambición. Mezclados en un cóctel letal, destruyen las conciencias y nos hacen copartícipes del teatro del horror.
 ¡Todos somos culpables!, nos olvidamos que el mal necesita la indiferencia de la humanidad para anidar en el corazón de los robots del espanto: prisioneros quemados vivos, rehenes decapitados en orgías de sangre, seres humanos arrojados al vacío por el fanatismo de una fe diabólica, mujeres y niños convertidos en ángeles de la muerte. Seres sin identidad que renuncian al pasado, rompen con el presente y persiguen al futuro. Y esta maldad se hace en nombre de un dios antropomorfo, sanguinario y cruel; cuyos intermediarios interpretan el mandato divino en claves de miedo y terror. Lo que importa es la sumisión al poder que ellos representan, lo único que buscan es la satisfacción personal de ejercer el morboso placer de ser temidos para dominar mentes y voluntades. Pero, ¿dónde estaban las dos bestias, antes de su monstruosa irrupción?; la primera en el corazón del imperio, que en su ciega ambición creó y alimentó el odio hacia el “otro”. En su afán aniquilador no dudó en aliarse con una teocracia medieval, pero rica en petróleo y poder. Desde ese instante se inicia la escalada de la violencia interesada, dirigida y controlada por el dragón del mal.
Como la Hidra de Lerna, sus cabezas se reproducen ilimitadamente en cada ciudad, pueblo o comunidad; la marginalidad, la morbosidad de un fanatismo traicionadamente seductor, el sentimiento de poseer la verdad absoluta que justifica la existencia y el vacío de empatía, son el cultivo con que se alimentan los nuevos hijos de Tifón y Equidna, que siguen bebiendo en la fuente de Amimone.
El género humano se regenera totalmente cada cien años; como un gigantesco cuerpo formado por miles de millones de unidades, va sustituyendo a todas y cada una de ellas en un infinito proceso, pero la esencia de su condición apenas sufre ligeros cambios. El miedo acentúa su presencia inhibiendo el poder liberador de la conciencia y aliado con la ambición mantiene a las bestias, eternizando la sumisión de los espíritus al poder del dinero.
¿Es posible que un Fidedigno libere al mundo de sus males? ¡Sí!, cuando la humanidad sea capaz de desprenderse de la ambición de la posesión material, cuando la espiritualidad individual alcance su plenitud, cuando el egoísmo sea vencido por la empatía, cuando la ética sustituya a la verdad absoluta y excluyente. Cuando las relaciones internacionales se basen en la justicia y el respeto a la identidad de los pueblos y cuando las creencias no sean justificación de la violencia, la marginación y el terror. Mientras eso no suceda, las bestias seguirán amenazando al mundo.

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