Opinión

Boda negra (Shvartze Khasene)

Entre los antiguos rituales judíos, hoy casi olvidados y afortunadamente conservados en viejos textos, existe uno que desde hace dos siglos figura proscrito por ser considerado una práctica pagana y blasfema; nos referimos al Shartze Khasene (en yidis) que se puede traducir por “boda negra”. Este antiguo ritual se practicaba en el Este europeo cuando una epidemia mortal arrasaba a la población causando miles de víctimas sin que hubiera medidas sanitarias ni profilácticas para combatir eficazmente al patógeno causante de la enfermedad. Relata Laura Spinney que se celebraron en Kiev y otras ciudades colindantes cuando una epidemia de cólera asolaba al país. Pero también era una práctica habitual en ciudades polacas donde se ubicara una minoría judía y se declarara una pandemia. 

 La “boda negra” consiste en casar a una pareja en un cementerio judío, siendo los novios los más desfavorecidos de la sociedad, los más lisiados y los más necesitados, que residieran en la zona afectada por la enfermedad y, condición indispensable, debía oficiar la ceremonia un rabino. Rastreadores especializados buscaban en toda la ciudad las personas que más se aproximaran al perfil descrito perteneciendo ambos, en cualquier caso, a la población de raza judía. Si el rito se ejecutaba con todas las garantías, Hashem (una forma de citar el nombre de Dios sin pronunciarlo directamente) al contemplar en el cementerio la miseria de la pareja, sentiría piedad de ellos y enviaría bendiciones y protección para los novios y para la comunidad que los unió en matrimonio, acabando con la peste o cualquiera otra enfermedad de masas. Con motivo de la pandemia de la mal llamada gripe española (1918) en varias ciudades norteamericanas se celebraron “bodas negras”; por ejemplo en Filadelfia, Nueva York y en la canadiense Winnipeg. Como era de esperar, con infructuosos resultados.

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Han transcurrido cien años desde la pandemia que asoló al mundo en 1918, y hoy, en pleno siglo XXI, una nueva plaga tiene atemorizada a la sociedad mundial. La clase política está desorientada; los profesionales de la sanidad, desbordados y cabreados; la población, dividida, y una crisis económica afecta directamente a las clases sociales más desfavorecidas. Las víctimas mortales se cuentan por millares, el miedo rompe la solidaridad, las tensiones se hacen patentes en las unidades familiares, los jóvenes y los niños sufren las consecuencias de una resiliencia colectiva muy difícil de superar y que afectará de forma indeleble su futuro.

En los países democráticos, sus constituciones garantizan el estado social y de derecho que ampara al individuo desde su nacimiento hasta la muerte. La educación, la sanidad, los servicios sociales y la justicia configuran lo que se conoce como “Estado del bienestar”. A estas conquistas ha habido y sigue habiendo resistencias de los sectores reaccionarios, que intentan mantener la supremacía de algunos sobre los derechos de todos. Son fuerzas oscuras que cuentan con apoyos de sectores financieros, que entienden que el mundo les pertenece. Su control sobre la economía les hace obtener beneficios hasta en las situaciones más críticas, como en la actual pandemia del coronavirus. Y no tienen remordimientos por reducir los servicios públicos en beneficio de los intereses privados de unos pocos elegidos.

Probablemente los explotadores inmorales y antiéticos conozcan el origen de las “bodas negras” y no tengan reparos en adaptarlas a sus intereses para continuar obteniendo beneficios en  periodos de crisis. La pareja ideal para conmover al becerro de oro la integrarían Boris Johnson y Jair  Bolsonaro; el oficiante no podía ser otro que Donald Trump; el cementerio de la ceremonia, el hambre, la guerra, la enfermedad, la injusticia y la violencia. Después de la ceremonia siempre nos quedará  Ayuso.

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