Opinión

Condenados a la nada

¡Crucificarlo! ¡Crucificarlo!, gritaban las masas enfervorecidas por el odio contra el que consideraban culpable de blasfemia. El sistema exige que se castigue a quien se opone a su omnímodo poder; nadie puede escapar de la suma justicia que obedece los deseos del encumbrado príncipe, señor de la reserva espiritual de Occidente. Nadie puede criticar impunemente al sistema que alimenta con migajas al populacho. Pueden comer, divertirse, jugar, disfrutar, viajar, endeudarse, vestirse, hacer deporte, ver la tele, llevar a sus hijos a la escuela, adquirir pisos de baja calidad con hipotecas salvajes… todo les está permitido. Tienen libertad, derechos, pueden leer lo que deseen, escribir novelas, practicar el culto que elijan, afiliarse a un partido político, votar y hasta amar a quien les apetezca; solo hay una pequeña prohibición: no pueden utilizar sus cerebros para pensar en contra de quien magnánimamente les permite vivir. Aquellos que tengan ideas que pongan en duda la omnisciencia del sistema serán eliminados, perseguidos, torturados, no se les dará cuartel, padecerán cárcel y sus familias perderán el derecho a disfrutar de los bienes del sistema. 

El sanedrín habló y lo hizo con firmeza: “El reo será crucificado, torturado y sus restos serán alimento de carroñeros y gusanos”. Con el ejemplo de su condena nadie volverá a poner en duda los designios del sistema. El procesado sonrió, la dureza de la sentencia evidenciaba el temor de los siervos del sistema, en realidad eran conocedores de la fragilidad de su aparente poder. Como semilla germinada en tierras fértiles, las palabras del reo florecieron en las mentes de millones de personas que se rebelaron contra el establishment produciendo una fractura irreparable. 

Los cancerberos del poder afilan sus colmillos y preparan sus garras; no habrá coraza que pueda soportar la presión de sus fauces y nadie osará penetrar en la mesa del banquete. El señor de las tinieblas tiene ilimitados recursos para controlar las ansias de libertad de los desheredados del mundo. Los tribunales falsificarán la historia para proteger la memoria de los sicarios del terror, sus tumbas serán santuarios de adoración para satisfacción de devotos penitentes. Para garantizar el “orden” las fuerzas represoras gozarán de impunidad, podrán hacer lo que deseen, nadie juzgará sus actos; las leyes garantizarán su inviolabilidad permanente. 

Siniestros personajes pasean sus miserias por fastuosos salones amenazando al mundo con propuestas de caducos reyezuelos. Mientras los parias de la tierra son condenados a la “nada” redentora y eterna. Las víctimas de un moderno holocausto serán ofrecidas a sanguinarios dioses reencarnados en instrumentos de alta tecnología que absorben los cerebros inmaduros generando millones de robots de obediencia ciega. 

La muerte por inanición de la joven Noa es ejemplo del desamparo de los más débiles, indefensos ante la brutalidad de una sociedad incapaz de proteger a sus hijas de la bestialidad de cobardes violadores. El grito desesperado de los defensores de la igualdad se alza gritando ¡basta ya! Y mientras la humanidad juzga a los “rebeldes”, el mundo camina hacia el desastre final. La “nada” espera extender su negro manto sobre Gea, asfixiada en un mar de plástico por sus hijos predilectos. Triste final para el paraíso que fue y dejó de ser. 

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