Opinión

Conspiración

Audax fue un valiente guerrero que combatió junto a Viriato contra los ejércitos de Roma. Tal era la confianza que su jefe tenía en él, que le envió a parlamentar con sus enemigos un tratado de paz. Lo acompañaron dos guerreros que también se habían distinguido por su valentía, Ditalco y Minuro. Los tres fueron comprados por el oro de los romanos y, a su vuelta, asesinaron al caudillo lusitano. La traición de los conspiradores había tenido éxito aunque, según cuenta la leyenda, no disfrutaron del premio de su felonía.


La conspiración ha formado parte de la historia de la humanidad desde el origen de las civilizaciones; el poder, la riqueza, el odio, la envidia, los celos, el orgullo…, son alguno de los componentes que alimentan la ambición del conspirador. La nobleza, la lealtad, el honor y la sinceridad son anuladas o subordinadas a la traición de los que se conjuran contra los liderazgos establecidos. En la actualidad la conspiración se ha regulado, amparándola en la legítima aspiración al poder. Los cuchillos han sido sustituidos por secretos ágapes; los venenos, por ambiguas declaraciones; el estrangulamiento, por una oportuna rueda de prensa; la emboscada, por una secreta filtración. Se han suavizado las formas, pero el fin sigue siendo el mismo, hacer desaparecer al que se interpone en el camino del cobarde felón.


Muchos conspiradores deben a sus jefes sus fulgurantes carreras, se han ganado su confianza con el único fin de gustar las mieles del poder; no han dudado en mostrarse solícitos, cuando no serviles, ocultando su aversión y su rencor. Para algunos la conspiración se ha convertido en una profesión, conspiran y conspiran contra unos y otros.
Están siempre alerta, son esclavos de sus móviles; participan en todas las redes sociales; están sonrientes, son locuaces; tienen muchos admiradores, pero pocos amigos.
Pero también hay conspiradores taciturnos, grises, agresivos y violentos; son muy fáciles de descubrir y suelen utilizarse como señuelos que desvíen la atención de los auténticos conspiradores. En la actualidad los conjurados suelen estar en la nómina de algún organismo, partido, servicio secreto, multinacional, ejército o a sueldo de quien recabe sus servicios.


La reciente historia del mundo se ha alterado por la actuación de las conspiraciones del gran capital para controlar la riqueza y el poder. Así, asesinatos como los de J. F. Kennedy, de su hermano Robert, de Martín Luther King, Malcolm X, Benazir Bhutto, Indira Gandhi, Yasser Arafat, Muammar el Gadafi, Patricio Lumumba, Aldo Moro, Samora Machel… nunca se han clarificado y se han archivado en los anales de la historia. Nunca se sabrá quién organizó el atentado de las Torres Gemelas, quién colocó las bombas en la estación Bolonia, quién ordenó el derribo del avión de Malaysia Airlines, y no olvidemos que está todavía sin clarificar el atentado de Oklahoma City. Conspiradores, traidores, desleales, felones e imitadores de Audax los habrá siempre mientras el ser humano exista. Pero contra ellos solo existe un antídoto: la transparencia democrática, ellos la temen porque nunca pueden actuar una vez descubiertos. En el fondo son frágiles y cobardes. Roma los usó, pero los despreciaba; cruel y merecido destino de quienes vivieron en la traición.

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