Opinión

Desagradecidos

Soraya Rodríguez se ha ido, ¡qué cataclismo! ¡Los cimientos de la izquierda se resquebrajan! Una de las paladinas más destacadas de la democracia española abandona su puesto en la batalla, ¿qué será del futuro progresista sin su inmaculada presencia? Había dedicado la mayor parte su vida en los duros escenarios del parlamentarismo español, soportó estoicamente las inclemencias de los debates parlamentarios amarrada al duro escaño, cual esclava condenada a galeras. Nunca pidió nada, probablemente había renunciado a una vida de lujo y satisfacciones; había entregado todo a cambio de un salario insignificante; pocas monedas para tanto sacrificio.

Con su marcha los socialistas quedamos huérfanos, su oratoria, sus argumentos, su firme ideología (¿?), su elegancia, su fidelidad eran los atributos de una mujer insustituible en la lucha por la igualdad. Pepe Blanco, en un alarde de impudicia, confiesa su error por el apoyo mostrado hacía la compañera de tantas batallas. Habían estado en la misma trinchera el día aciago de la asonada contra Pedro Sánchez, secretario general de su partido. Habían compartido la traición contra quien representaba el sentir de la militancia. Pero no debemos olvidar los derechos que por gracia divina reclamaban los conspiradores ya que se consideraban los propietarios del partido, de las siglas, de las estrategias, de las tácticas, de todo aquello que los mantuviese en las responsabilidades institucionales y orgánicas, algo que un advenedizo ponía en peligro. Solo ellos estaban legitimados para interpretar los textos sagrados y en esos textos los catalanes son siempre culpables de los males de España. Pero cometieron un gran error: se equivocaron en la valoración de la pieza que consideraban cazada y ahora abandonan el barco o, vergonzosamente, muestran una mezquina sumisión para tratar de alcanzar el perdón que los mantenga en los sillones del poder, y el Parlamento Europeo es un confortable sillón. 

Desgraciadamente peor que el comportamiento de Soraya es el de muchos políticos en cualquier partido, en las organizaciones que tienen influencia social o en instituciones públicas, que traicionan los ideales que han defendido mientras ocuparon algún cargo. Son personajes que se acostumbraron a la cámara, que adoran las alcachofas, que se desviven por una foto, que disfrutan dando órdenes. Florecen en todas la ejecutivas y sufren cuando pierden el privilegio de ser consideradas la flor de todos los tiestos. Son hombres y mujeres de verbo fácil, carecen de ideología, su fidelidad es temporal, olvidan que lo que han sido se debe a una organización que ha depositado en ellos su confianza y siempre anteponen sus ambiciones personales a cualquier otra consideración. Desconocen la historia o no recuerdan el pago que recibieron Audax, Minuro y Ditalco por haber asesinado a Viriato, aunque a veces en el “pago” a la traición los inductores sufren también el castigo, como ha sucedido con el fichaje de Silvia Clemente por Ciudadanos, que ha puesto en evidencia al partido de Albert Rivera en su política de “fichajes”. 

En la provincia de Ourense son singularmente reseñables las “transformaciones” de personajillos que venden su dignidad por mantenerse en las “banquetas” de las instituciones locales, como trampolines para hipotéticas aspiraciones a “moquetas” de seda oriental. Alcaldes socialistas que se convierten en peperos por iluminación repentina. Peperos reconvertidos en “centristas” por convicción instantánea. Independientes nacidos de “cesáreas” prematuras. Todo un baile de transfuguismo vergonzante que mancilla la democracia y pone en evidencia la catadura moral de los renegados de última hora y de sus corruptos patrocinadores.

 Termino con una frase de Georges Clemenceau: “Un traidor es una persona que dejó su partido para inscribirse en otro. Un convertido es un político que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro”. Argumento falaz de fácil uso.

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