Opinión

Deshaciendo entuertos


El Viejo Milenario estaba satisfecho, había disfrutado con la lectura del libro de Nieves Concostrina “Cualquier tiempo pasado fue anterior”. La autora, con un envidiable sentido del humor, da una vuelta de tuerca a la historia mostrándonos la auténtica cara de los acontecimientos por los que han transitado emperatrices, reyes, papas, políticos, militares, mujeres y hombres de toda condición; estos protagonistas no tienen otro mérito que haber estado en el momento oportuno en el lugar adecuado; añadiéndole determinadas cualidades, lo que les convierte en protagonistas de los hechos más destacados desde que los humanos habitan la Tierra. Un ejemplo del compromiso de Concostrina con la verdad: la estimula a destacar el papel nefasto para España, y por lo tanto para los españoles, de las monarquías de los Austrias y Borbones, a los que sin tapujos tacha de obsesos, corruptos, inútiles y trileros. 

Con una valentía digna de admirar, la escritora relata la leyenda en que se basa el culto a Santiago Apóstol. Que, en el supuesto de que hubiese existido, nunca abandonó Judea, murió decapitado en Jerusalén por orden de Herodes Agripa, su cadáver no viajó a España en una barca de piedra (como es obvio) y los inseparables discípulos que le acompañaron en su viaje póstumo, Teodoro y Anastasio, tampoco fueron enterrados con él. El autor de la farsa más rentable para la Iglesia, para la capital de Galicia y para los peregrinos que buscan el perdón de sus pecados, fue el obispo de la diócesis, hoy parroquia, de Iria Flavia, Teodomiro. Que tuvo una iluminación (como San Pablo) y después de identificarlos separó los huesos de los tres santos y convenció al rey de Asturias, Alfonso II, para construir un templo en el lugar en el aparecieron los restos de Santiago (812-814) y sus discípulos. Lo más inaudito de la leyenda es atribuir al apóstol su participación, montado en un caballo blanco, en el asesinato de los combatientes moros en la batalla de Clavijo (844), otra falsedad de la historia, ya que tal batalla nunca tuvo lugar, siendo, a partir de entonces, idolatrado como Santiago Matamoros. El Viejo Milenario recuerda que en un viaje a Perú observó que en la Catedral de Cuzco había una imagen de Santiago sobre el caballo blanco asesinando incas, con el lema de Santiagomataindios (1532). El integrismo religioso no dudó en convertir a Santiago, uno de los más destacados apóstoles de Jesucristo, en un violento guerrero que sin piedad asesinaba a los enemigos de la cristiandad. Hasta los cómics de los niños (por ejemplo: El Capitán Trueno) incorporaron el grito de guerra de los ejércitos combatientes: “Santiago y cierra, España”. Hay que ser mastuerzo para creer esas atrocidades.

Pero la mitología gallega recoge en el Códice Calixtino la leyenda de la reina Lupa, que gobernaba el territorio donde llegó la barca de piedra que llevaba el cadáver de Santiago. La reina se opuso al soterramiento del apóstol en su reino. Intentando que saliera de sus dominios los envió al reino vecino de Dugio, cuyo monarca se opuso e intentó matar a todos los miembros del cortejo fúnebre. Algunos citan al rey suevo Rheckila (438-448) que obliga a la atemorizada reina Lupa a la construcción del sepulcro del predicador y ésta, ante los acontecimientos, se convierte al cristianismo bautizada por el apóstol.

La realidad es más pragmática y no por ello deja de perder credibilidad y misterio: los pueblos prerromanos de creencias paganas creían que el Sol moría cada noche en el litoral y a la zona le llamaron “costa da morte”, el cabo Fisterra era considerado como el último bastión del mundo hasta finales de la Edad Media y los peregrinos aseguraban que las almas ascendían al cielo desde allí. El campo de las supersticiones estaba pues abonado y la lucha contra el islam necesitaba de un arma de destrucción masiva: la ayuda de los muertos, alimentados por las energías telúricas de los puntos que marcan los distintos caminos que llevan a Compostela. 

 Conclusión. Leer a Nieves Concostrina es rentable.

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