Opinión

Diálogo con la inocencia

Indefenso, débil y dependiente, así comienza su periplo por el mundo el ser humano. Animal muy evolucionado: hijo del fuego, nieto del gregarismo, pariente de la violencia y hermano de depredadores. Dioses en su íntima creencia; juega a vencer a la muerte porque desconoce la felicidad de la aceptación de la temporalidad de la vida. Vencedor en mil batallas, implacable con el adversario, mata por placer, odia a los insectos, no soporta a las aves, disfruta comiendo a otros mamíferos, es egoísta y algunos gozan con el dolor de otros seres que sistemáticamente va sometiendo y eliminado de sus hábitats naturales. Destructor implacable camina hacia su extinción por su extremada necedad.

El abuelo leía con estudiada lentitud, la nieta estaba extasiada escuchando el relato mil veces repetido. En la narración, el bueno ganaba siempre, el premio a sus valores lo hacía acreedor del laurel concedido a los héroes. Una vez más, había salvado a la Tierra amenazada por la maldad de algún diabólico científico. El viejo hizo una pausa; miró a su nieta que le observaba con los ojos extraordinariamente abiertos y una duda ensombreció su rostro: ¿estaría haciendo lo correcto? ¿Qué es el bien? ¿Por qué hay gente que goza con el mal ajeno? Recordó a Friedrich Nietzsche y su definición de hombre recogida en su libro “Así habló Zaratustra”: “El hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre, una cuerda sobre el abismo”. Cerró el libro y lo colocó sobre la mesilla de noche. A continuación, suavemente, cogió la mano de su nieta y le dijo: “Querida nieta, no hay nadie absolutamente bueno o terriblemente malo; todos los seres humanos tienen su lado oscuro y su vertiente luminosa, esto lo refleja espléndidamente Louis Stevenson en su libro ‘El extraño caso del doctor Jekyll y Mr Hyde”. Es la historia de un científico que desea que su lado oscuro se manifieste esporádicamente y le haga vivir experiencias deseadas al margen de la moralidad y de la ética. Pero, después de varias transformaciones, llega el momento en que no controla su personalidad cruel y esta lo domina. 
La realidad es más dramática que la ficción y, así, nos encontramos con personajes históricos con gran poder sobre la vida de sus semejantes que son comparables al doctor Jekyll. El caso más sorprendente es el de Maximiliano Robespierre, del que cito una anécdota que recogen los textos de historia: formando parte de un tribunal, Robespierre tuvo que juzgar a un asesino que era claramente culpable; su hermana Charlotte cuenta que cuando tuvo que firmar la condena a muerte, estuvo dos días abatido y sin comer, ya que la idea le resultaba intolerable. Años más tarde, este personaje ordenó y firmó cientos de condenas a la guillotina y lo hacía con entusiasmo y convencimiento (fue la época del Terror en la Revolución Francesa).

Los años pasaron, el abuelo había volado hacía la eternidad cósmica, la nieta era un alto cargo de la administración en el momento en que el país se enfrentaba a una letal pandemia que diezmaba a la población creando el caos, el miedo y la indefensión. Ella era la encargada de velar por la salud de los más dependientes, ancianos, enfermos y menores. Las camas hospitalarias eran insuficientes las UVI y las UCI estaban colapsadas. En esa situación límite fue consciente de la acertada definición de Nietzsche que le había enseñado su abuelo. ¿En qué lado de la cuerda estaba, era una bestia o una supermujer?, ¿se estaba transformando en Mr Hyde? Sorprendentemente, en un instante de lucidez encontró las respuestas. No se debía de considerar ninguna edad privilegiada; no se debían escoger aquellas personas que nos agradan de acuerdo con nuestros sentimientos; tampoco se debe desdeñar el tema porque sea difícil; deben de emplearse los métodos cuantitativo y cualitativo y ha de ser el criterio científico (en este caso el sanitario) el que determine las prioridades de la selección. Y, coherentemente, aquel mismo día presentó su dimisión. 

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