Opinión

Dudas, penitencia humana

Papá!, gritaba el niño angustiado y confundido, ¿quiénes son los buenos? En la sala se proyectaba la película “Enrique V”, ambientada en los tiempos turbulentos de la Guerra de los Cien Años que asoló Europa desde 1337 a 1453. El padre fue incapaz de orientar a su hijo, porque los buenos y los malos estaban mezclados en cada uno de los bandos y los soldados que luchaban y morían lo hacían sin saber las causas de una contienda de intereses ambiguos y, como siempre, vinculados al poder.

Pasaron los años y el niño se hizo hombre, tuvo hijos con los que compartía sus dudas e inquietudes. Un día cualquiera, una de sus hijas le preguntó: ¿Fue necesaria y justa la revolución soviética de 1917?; el padre dudó, pero no quiso repetir el error que había cometido su progenitor al no diferenciar la bondad y la maldad en el comportamiento de la humanidad en momentos trascendentales y respondió:

“Hija, si ves que tu familia pasa hambre y penalidades debes de luchar para conseguir su bienestar. Si ves que tu hermano lo mandan a una guerra a morir en nombre de unos intereses ajenos a los del pueblo, debes evitar su sacrificio estéril. Si ves que la riqueza se acumula en pocas manos, has de intentar que esta se reparta en una distribución más justa. Pero también has de evitar que nadie se ampare en grandes ideales para instalar el terror y la muerte. Los hombres y mujeres que han pasado a la historia han sido juzgados por quien la escribe, por eso la sentencia depende del criterio del historiador. La objetividad es una quimera y el obrar bien o mal depende del código de referencia. Los grandes genocidios se han cometido en nombre de grandes principios y sus atrocidades atormentan los espíritus de quienes son capaces de empatizar con quienes sufrieron por la ambición humana”.

La adolescente escuchó pero no pudo oír nada, esperaba mayor claridad en el discurso de su padre y sintió un vacío profundo; entonces el padre comprendió a su progenitor y sintió un inmenso amor a su recuerdo.

Este relato trata de expresar, con torpe redacción, las dudas que invaden el pensamiento de aquellos que carecen de la fe que justifica las verdades absolutas. Los paradigmas establecidos a lo largo de los siglos han hecho avanzar la civilización humana a pesar de los altos costes en el medio ambiente, la convivencia y las desigualdades. ¿Han sido necesarias las religiones como referencias morales en la conducta humana? ¿Da la ciencia respuestas a las dudas existenciales? ¿Resuelve la filosofía la angustia que atormenta la consciencia de lo inevitable del no ser? Estas preguntas tienen tantas respuestas como individuos, dependiendo de los matices.

Creo que, a pesar del trascurrir de los años, todos sentimos la necesidad de amparo que nos dieron nuestros padres, de su sabiduría y sobre todo de su cariño que tantas dificultades nos ayudó a superar. La seguridad que se vive en el ámbito familiar quizás nos hace más débiles para enfrentarnos con la complejidad de la existencia; tal vez no nos aporta todos los instrumentos para dar respuestas a las dudas que surgen en el camino hacia una realidad difícil de aceptar. Las respuestas a los grandes interrogantes las debe de encontrar uno mismo, aunque para ello se ha de tener interiorizado un sentimiento ético, la aceptación de lo que somos y la empatía con el “otro”.

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