Opinión

El placer de leer

El viejo milenario estaba contento, saboreaba con lentitud la lectura de la obra de Irene Vallejo: “El infinito en un junco”. Se lo habían regalado sus hijos para que disfrutara de una atípica fiesta navideña, sin sentir los efectos de un confinamiento necesario, pero que rompe con las viejas tradiciones familiares. Sin duda habían acertado; son conocedores de la afición a la lectura de su milenario padre. El texto no tiene desperdicio, cada una de sus páginas es una fuente de conocimiento, incluso las anécdotas aportan el necesario soporte del análisis que hace la autora con un dominio exquisito de la Historia del mundo antiguo. El anciano había leído otros textos donde el “libro” es el protagonista, héroe de la lucha eterna del saber contra la ignorancia y el autoritarismo totalitario. Todos los autores han puesto de manifiesto el servicio que una buena biblioteca presta a la sociedad; ni los medios audiovisuales, ni las nuevas tecnologías, ni los juegos de mesa…pueden sustituir la lectura de un buen libro. El viejo milenario coincide con la autora en que los libros serán inmortales. Irene Vallejo, habitual colaboradora de la revista semanal del diario “El País”, es doctora en Filología Clásica. Ha confirmado con este ensayo que tiene sólida formación que la define como una erudita de primer nivel; con un valor añadido, usa un lenguaje asequible para cualquier lector independientemente de su formación. En resumen, se puede afirmar que “El infinito en un junco” es una joya literaria. 

“El infinito en un junco” nos hace recordar la magnífica novela de Stephen Greenblatt: “El Giro” que narra las aventuras que un humanista italiano vivió en busca de un manuscrito olvidado: “De rerun natura” de Tito Lucrecio Caro. Obra que recupera la fascinante y actual cosmovisión de los epicúreos. Tan perseguidos por los detractores del hedonismo racional y del atomismo. Son los libros los protagonistas de la lucha permanente de la ciencia, la libertad, la tolerancia, el saber…contra el dogma dominante, el absolutismo y la ignorancia alienante.

Pero fue el recientemente fallecido Carlos Ruiz Zafón quien en una impresionante tetralogía (El cementerio de los libros olvidados), quién nos sumerge en el apasionante mundo de los libros. El escritor nos seduce con una serie donde el libro es tan humano como las personas. ¿Llegaríamos a ser personas si no hubiera libros?

También es de recomendada lectura “El viaje de Baldossare” de Amin Maalouf. Novela que narra las aventuras de un anticuario libanés en busca del libro que puede salvar a la humanidad de las desgracias y de la peste. Obra que tiene los cien nombres de Alá. Prohibido y desconocido por los “apóstoles” de la verdad absoluta. En una época donde la vida dependía de la voluntad de quién detentaba el poder. 

De los ejemplares que el viejo recordaba haber leído sobre el peligro de poseer algún ejemplar prohibido por Iglesia y el imperio; estaba “El hereje” de Miguel Delibes. Durante el reinado de Carlos I la inquisición perseguía con saña y condenaba a la hoguera a los que poseyeran la Biblia de Lutero. Libro y propietario sufrían el mismo final, eran pasto de las llamas. 

El viejo milenario, estaba orgulloso de su biblioteca, con unos cuatro mil ejemplares y entre ellos los restos de la biblioteca de su abuelo, humanista, pedagogo y tal vez masón. Su tía Julia le había contado que para evitar las acusaciones de los fascistas y el consiguiente castigo, habían decidido quemar en la cocina bilbaína aquellos textos que consideraban más peligrosos. Pero, como nos recuerda Manuel Ribas “Los libros arden mal” y tomaron la decisión de enterrarlos. Lo que nunca dijeron fue el lugar. A pesar de la criba brutal a la que fue sometida la biblioteca el anciano recuerda que en su adolescencia leyó las obras de Homero: “La Ilíada” y la “Odisea” también saboreó a Victor Hugo, a Lamartine, a F.A.Ossendowski, a Blasco Ibañez, a Byron… y un largo etc. 

El viejo comprendió que si había alcanzado el milenio fue gracias a que había volado sobre las creaciones de cientos de autores, viajando a mundos fastuosos donde la realidad y la ficción configuran la dualidad eterna. Hoy no cabe otra cosa que felicitar a Irene Vallejo y recomendar la lectura de “El infinito en un junco”.

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