Opinión

El voto

Era hermosa, sus ojos azules semejaban una aguamarina de cegador resplandor, su pelo de color azabache resaltaba sobre su blanca tez, no era alta pero su cuerpo recordaba el de una sílfide de la fuente sagrada del perdido paraíso; era tal su belleza que no tenía nada que envidiar de las diosas del Olimpo, pero era muy tímida. Resguardaba su belleza en la soledad de su humilde vivienda ubicada en los suburbios de la gran ciudad. Un sutil e indefinido peligro la acechaba cada mañana; oscuros personajes ansiaban poseerla y no dudaban en tramar sombrías conspiraciones con el fin de robar sus virginales encantos. 

En los intrincados callejones del enigmático laberinto, cinco ardientes pretendientes pugnaban por descubrir el refugio de la idolatrada doncella. Eran aguerridos caballeros, dueños de inmensas riquezas, hijos de nobles cortesanos, oradores sin par, vencedores en múltiples batallas y estaban ansiosos por alcanzar la gloria de la victoria final. Sin embargo, en su osadía, desconocían los riesgos que aguardaban a los profanadores del santuario sagrado de los desheredados del mundo. Cabalísticas anotaciones enviaban a los ambiciosos a un mar de oro líquido; místicos encantamientos obnubilaban los cerebros y enloquecían el pensamiento; soflamas ardientes enardecían las pasiones y erraban a los caminantes. Intrincados senderos desviaban la atención y eternizaban el peregrinaje a un punto sin final. 

Tras meses de agotamiento, disputas, descalificaciones, insultos, mentiras y manipulaciones, los cinco pretendientes llegaron a la salida del laberinto maldito. Estaban exhaustos, agotados, sus ropas se habían convertido en harapos sanguinolentos; olían mal, estaban esqueléticos, apenas si arrastraban los pies y sus ojos habían perdido el brillo de la vida.

De los cinco, a uno de ellos no se le permitió la entrada y decidió gritar su declaración de amor desde todos los rincones de la plaza. Los otros cuatro entraron simultáneamente en el recibidor del inmenso templo. El primero ofreció una apagada sonrisa que se trasformó en un rictus esperpéntico; el segundo, una mirada triste y llena de dolor; el tercero trató de recitar un verso que se convirtió en un lamento melancólico, y el cuarto cayó rendido al suelo en medio de un reguero de sudor. Todos habían fracasado

Un enjambre de servidores de la tímida doncella los recogió, los alimentó, los vistió, los perfumó… y los dejó en condiciones de competir con dignidad por el éxito de su misión. De pronto todo se volatizó. 

Una joven adolescente se despertó sobresaltada, había tenido pesadillas. Toda la noche había reflexionado sobre la importancia de su voto, era la primera vez que ejercía su derecho y su deber de ciudadana adulta. Sabía que su opinión era importante, el futuro del país estaba en manos del pueblo y ella era parte de ese pueblo. Ágilmente se levantó, se duchó, se vistió, desayunó, salió a la calle en busca del colegio electoral donde había de emitir su voto, entró en la cabina y eligió una papeleta, la introdujo en el sobre y después de identificarse, votó. En ese instante se sintió como la joven de su sueño, importante y querida.

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