Opinión

Empatía, remedio infalible

Paseaba lentamente por uno de los parques de la villa donde tengo fijada mi residencia, cuando inesperadamente una joven madre acompañada de su hija se acercó y me dijo: “¿Por qué no escribe algo sobre la pasividad de nuestra civilización con los terribles sufrimientos de los que huyen del horror del hambre y la guerra?”. Le di las gracias por su sugerencia y la felicité por su empatía con los que sufren como consecuencia del egoísmo de los que dirigen el destino de la humanidad. Soy consciente de que eso sucede por la insensibilidad de gran parte de la sociedad con los desamparados; ya no es noticia el naufragio de viejos barcos abarrotados de infelices humanos que arriesgan sus vidas y la de sus familias en la búsqueda de un mundo mejor. Ha dejado de impresionarnos la visión de cientos de cadáveres apiñados en fosas, asesinados por el fanatismo religioso de los que se han alimentado del odio y la venganza. Convivimos con tranquilidad con vecinos angustiados por la enfermedad sin preocuparnos por sus dolencias. Observamos desde la lejanía la violencia ejercida por la furia machista y no nos sorprende el elevado número de mujeres asesinadas. Nos mantenemos ajenos a la angustia de los que buscan refugio huyendo de la guerra. No parece importarnos el tráfico de seres humanos sometidos a la tiranía de las mafias. No hacemos nada para evitar la explotación económica de niños por multinacionales sin escrúpulos.

Sin embargo, todos hemos visto llorar a aficionados de un equipo de fútbol cuando este pierde el partido definitivo. Todos somos conocedores de los sacrificios que hacen algunos forofos para desplazarse a lejanos lugares y poder animar a su equipo. ¿Quién no ha gastado lo que no tiene por celebrar un fatuo acontecimiento en el afán de sentirse algo importante?

Estamos construyendo una sociedad que vive de la apariencia, que huye de la realidad, que transforma lo inevitable ante la impotencia de afrontarlo. Una sociedad que basa sus objetivos en alcanzar el éxito sin importarles como. Una sociedad regida por el dinero, dominada por la envidia, alimentada por el rencor y obsesionada por la imagen. Lo superfluo se ha convertido en esencial, lo importante se ha delegado en el grupo. El individuo, fuera del colectivo, es frágil, se siente indefenso y sucumbe a la menor dificultad.

Pero también existen personas que se preocupan por el dolor ajeno, que sufren ante las imágenes del horror, que pertenecen a grupos solidarios, que se arriesgan en defensa de los derechos humanos, que dedican su existencia para mejorar las condiciones de vida de la gente. Hay fantásticos profesionales prestando servicios en sanidad, educación, desastres, medio ambiente, atención a desfavorecidos, protección civil, seguridad… Muchos de ellos entregan generosamente su tiempo, sus recursos, sus conocimientos, sus ilusiones y su impulso vital, porque sienten empatía con el “otro”, porque disfrutan haciendo el bien y creo que son conocedores de que es posible alcanzar un mundo mejor; y no olvides que eso también depende de ti.

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