Opinión

Engaños virtuales

La imagen de una víctima de la tortura reflejada magistralmente por su amigo, el inmortal Xaime Quessada, le acompañaba cuando el viejo milenario escribía sus reflexiones. El cuadro era realmente espeluznante, pero el anciano se había acostumbrado a él y lo convirtió en un fiel compañero, sin el cual creía que las ideas dejarían de fluir. Era como si la fuente de la inspiración dependiera de hermafroditas hadas que controlaban el terror y la angustia de una realidad que el lienzo absorbía. ¿Quién no ha sido torturado en algún momento de su vida?

Lo lúdico de estas fechas se convierte en objetivo primordial de una sociedad desconcertada por las contradicciones de quienes tienen que ofrecer seguridad y buscar soluciones creíbles que resuelvan el caos social, que se está generando por la irrupción de una pandemia que vence en todas las batallas. No se trata de dar más información, ya que esta no garantiza las mejores decisiones, más bien se trata de imponer las conclusiones contrastadas por la sociedad científica. El Gobierno no debe ser sensible a los sectores más representativos de los intereses corporativistas anclados en la sociedad positivista, en tanto que esta se niega a aceptar la negatividad de la pandemia, aunque ya se alcancen miles de muertos. Esos sectores se olvidan de enfrentarse al sufrimiento, al dolor, que son síntomas de la negatividad en la que estamos inmersos, optando por el ocio y el disfrute al margen de la solidaridad con los más débiles.

Un creciente número de ciudadanos enmarcan sus vivencias en rituales y ceremonias de las que no pueden prescindir. Exigen al Estado patriarcal la cubertura de sus particulares intereses y son reacios a renunciar a sus hábitos. El ruido desencadenado por la alienación acústica les es imprescindible a los que viven en una soledad colectiva, donde el gesto y el ritmo sirven de adoración a los nuevos dioses de un olimpo perecedero. No son los derviches o la danza de la muerte de Verges (Gerona); es la necesidad de buscar un éxtasis pagano que sacie el vacío generado por una sociedad opulenta pero sin objetivos de futuro. ¡Vivir!, vivir intensamente cada minuto, cada segundo…, cada uno en una endiablada lucha contra el tiempo y contra los demás, si fuese necesario y en la que el refugio virtual es un engaño a la angustia de la pérdida frustrante en que se han formado las generaciones del consumo.

El viejo vibraba, lo hacía irritado por la necedad de una clase política obsesionada por el “voto” y carente de escrúpulos en su despiadada conquista. El territorio se magnifica, la confrontación mantiene la fidelidad de las masas, la intolerancia con “el otro” genera un fanatismo manejable para los nuevos totalitarios de una libertad controlada y por sus mercenarios propagandistas. La vieja Europa raptada por un Zeus tecnológico que destruye el espíritu y lo convierte en un pestilente abono del odio y la xenofobia; el campo está sembrado para el fantasma neonazi. 

El filósofo coreano Byung-Chul Han afirma en su libro “La sociedad del cansancio”: “Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan a la prohibición, al mandato y a la ley. A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad del rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados”.

Apoyado sobre sus codos, el anciano milenario susurró, mirando al cuadro de la tortura que descansaba al lado de su ordenador: ¿está la sociedad cansada de vivir o yo me consumo torturado?

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