Opinión

Fragilidad

La tradicional aceptación de nuestra fragilidad se va perdiendo en los actuales tiempos donde se rechaza todo indicio de dolor. No se soporta nada que indique nuestra temporalidad, se huye de toda sensación de debilidad y se rechaza la muerte, ocultándola como si se tratase de una maldición. Se aspira, como gran objetivo, a la inmortalidad terrenal, destinando ingentes recursos a prolongar la vida de una pequeña parte de la humanidad, mientras que la gran mayoría sufre las consecuencias del hambre y la enfermedad.

Las generaciones que nos precedieron tenían asumidos los ciclos de la vida; su interrelación con el medio los hacía conocedores de los equilibrios de la dualidad de la existencia. Recuerdo una frase dicha por mi tatarabuela Tomasa, que siendo muy anciana, sentenció: “Madia levamos que existe a morte, senón que sería de nos”; estas palabras llenas de sabiduría son exponente de la preocupación de una anciana ante la dependencia que genera el cuerpo cuando ya ha cumplido su ciclo vital. La muerte es consustancial con la vida, nadie muere si no ha vivido y todo ser vivo ha de morir para que se alumbren nuevas vidas.

Hoy, la sociedad de la tecnología nos hace soñar con una existencia atemporal, donde lo virtual se mezcla con lo real, favoreciendo creencias fantásticas al margen de nuestra consciencia. Un ego esclavizante subyuga el entendimiento y nos hace creer que poseer es sinónimo de felicidad y, quizás por ello, dedicamos nuestro escaso tiempo a acumular objetos, emparejándonos patológicamente con ellos, como símbolo de nuestra identidad. Dentro de este absurdo comportamiento, la compra de fetiches que han pertenecido a personajes o personajillos está alcanzando precios exorbitados, son cosas cuyo único valor es el de un mercado degradado donde todo tiene precio.
Ante el temor de ser conscientes de nuestra fragilidad, huimos de nosotros mismos anulando nuestras percepciones en un banquete de cápsulas, pastillas o grajeas; cuando no en un baño etílico que se convierte en un fin en sí mismo. Una sociedad que se ha transformado en un instrumento de consumo sin otro código que el penal es una sociedad enferma y agotada. La violencia se apodera del espíritu, el dinero compra voluntades, la mentira se instala como mensaje, el mal anida en muchos corazones y el miedo atenaza la libertad.

Aceptemos nuestra fragilidad individual para consolidar nuestra fortaleza colectiva. Superemos nuestros miedos compartiendo nuestras debilidades. Combatamos la mentira con la transparencia de la palabra. Atesoremos afectos para vacunarnos contra la ambición de poseer. Huyamos de la tristeza con la certeza del amor, como antídoto contra la angustia de la soledad

Son muchos y profundos los cambios que se están produciendo en este mundo globalizado; el fin de la guerra fría y la hegemonía de un capitalismo deshumanizado; la evolución de la estructura familiar; la introducción de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana; la pérdida de la disciplina moral; la incomprensión sobre la complejidad del amor; la pérdida de la dignidad ante la adversidad; la indefensión ante las manifestaciones de nuestra parte oscura. Creo que todo ello incrementa nuestra fragilidad y nos hace vulnerables a los fantasmas de los recuerdos. Huimos de nosotros mismos, en una fuga hacia ninguna parte. Nos sentimos desprotegidos cuando el escenario es adverso y muchos de los personajes que nos rodean no dudan en clasificarnos como víctima necesaria para sus aspiraciones personales.

Mi tatarabuela Tomasa expresaba lúcidamente su deseo de un final digno, pues era consciente de que había traspasado el umbral de su crepúsculo. Sin duda había vencido a sus fantasmas y por lo tanto al miedo; un ejemplo a seguir.

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