Opinión

Hedionda pócima

La hermosa copa esperaba pacientemente que alguien se atreviera a mojar sus labios en la hedionda pócima que albergaba en su interior. Lucía un atractivo eslogan grabado en oro que inducía a los candidatos a beber el brebaje de la mentira, el insulto y la difamación; el texto literalmente decía: “Solo los triunfadores gozarán de la dicha de haber probado el elixir de la victoria”.

Son muchos los catadores de tan inmunda poción; el aire se contamina de las miasmas emanadas por sus gargantas putrefactas. La confrontación dialéctica de las ideas deja paso a la más rastrera calumnia, el debate gana en intensidad y pierde en cordura. Todo vale para destrozar al adversario; perversamente se ocultan las auténticas intenciones que atentan contra las conquistas sociales, fruto de varios años de reivindicaciones heroicas de muchas generaciones.

Provocaciones interesadas buscan crear un clima de violencia que favorece las respuestas más contundentes en el camino de confrontaciones territoriales, caldo de votos oportunistas que solo favorece a los que crecen en la violencia. Los fanáticos cachorros del totalitarismo sectario se han embriagado del pestilente discurso de los apóstoles de la identidad perdida y se lanzan a una refriega contra todos los que atentan contra el credo de una fe falsamente liberadora; mientras los cruzados del imperio sueñan con las gestas de los héroes de la vieja reconquista, ambos gozan del enfrentamiento fratricida. 

Las dos Españas renacen de sus cenizas en una escena de pantagruélicas batallas de zombis espectrales. Las espadas están afiliadas en busca de las cabezas del irredento enemigo, la historia se repite en un bucle indefinido y eterno. Los símbolos alcanzan la importancia de tótems, que se adoran en ritos donde el odio es la esencia de hedionda pócima.

Mientras eso sucede en la tierra de conejos, la ira de los dioses desencadena las plagas bíblicas que mellaron la resistencia de los amos del mundo. El océano agoniza envenenado por la avidez de una civilización suicida. El Mediterráneo, frontera infranqueable de la perversa Europa, se alimenta de carne de los desheredados del mundo. El clima rompe la alianza con la vida y anuncia un cataclismo devastador. El agua pierde su pureza cristalina y se convierte en un lodazal venenoso y letal. El aire se hace irrespirable y dificulta la alimentación básica de las neuronas cerebrales. El astro rey descarga con furia cegadora sus ardientes abrazos. El planeta gime y comienza a desarrollar los antígenos que lo liberen de los molestos parásitos que corroen sus entrañas.

Las últimas gotas de la hedionda pócima son absorbidas por los caballeros malditos que necesitan alimentar el odio que recorre por sus venas, mientras un rictus involuntario sustituye a la forzada sonrisa que helaba los corazones de dormidas doncellas. La batalla se acerca a su fin, un final que anuncia nuevas batallas en una guerra sin paz ni concordia. Los siniestros caminantes continúan su avance hasta la gran hecatombe y solo los limpios de corazón conocerán los inmunógenos contra el odio, el amor y la ética.

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