Opinión

Héroes anónimos

Puede alguien que no ha sufrido, valorar el sufrimiento? ¿Cómo juzgar la angustia si no se ha sentido nunca? La muerte de un ser querido, el disgusto por una traición, el dolor de un desamor, la frustración de una ilusión, la desesperación por un desahucio, el vacío de la soledad, la desazón por una grave enfermedad… son algunos impactos negativos que resquebrajan la resistencia del ser humano y lo abocan a la depresión. 

¿Quién no ha necesitado afectos en un momento de flaqueza? ¿Cuántos buscan refugio y amparo que les devuelva a la añorada sensación del seno maternal? Vivimos en una sociedad frágil y vulnerable a los contratiempos del destino. Una sociedad que necesita la protección de un Estado que le dé la cubertura necesaria para superar los momentos difíciles ¿Cuántos son los que mueren en la más triste soledad? Esa sociedad que llamamos “moderna” es cada vez más dependiente de estructuras externas ajenas a la unidad familiar, que sustituya a esta en el cuidado de sus miembros. De ahí surgen servicios que, atendidos por profesionales cualificados, tienen como misión paliar o solucionar las crisis de los individuos afectados por los avatares de la vida. 

Para poder juzgar al débil hay que sufrir las penalidades que padece el débil. Para comprender la enfermedad hay que haber estado enfermo. Para vencer la angustia de la muerte hay que aceptar el ciclo de la vida. Para solidarizarse en el hambriento hay que haber pasado hambre. Para amar al menesteroso hay que haber conocido la miseria. ¡Cuánto hemos de admirar al sanitario que empatiza con sus pacientes! También son dignos de elogio los miembros de organizaciones no gubernamentales que ponen en peligro sus vidas para evitar la muerte de los que huyen del hambre, de la enfermedad y de la guerra. Son imprescindibles los que dan consuelo a los que agonizan en el momento más trascendente de su existencia; sacerdotes, psicólogos, médicos, enfermeros, familiares… 

Es de justicia el reconocer el trabajo y dedicación de los profesionales sanitarios, que día a día dan respuesta a las angustias y desazones de personas que buscan soluciones a sus limitaciones físicas o psíquicas. Muchas veces lo hacen en condiciones difíciles con elevados ratios, con recursos limitados, con pacientes agresivos, con incomprensiones de la Administración, al margen de horarios y, salvo excepciones, defendiendo la sanidad pública, universal y de calidad, de la que disfrutan los ciudadanos que viven en España. Con sus palabras, con su contacto, con su proximidad, con su comprensión, los médicos de familia favorecen la recuperación de equilibrios perdidos en los mares del miedo y, como esponjas, asumen el dolor de los que sufren y se solidarizan con sus pacientes.

 Son momentos difíciles para la sanidad de nuestro país; políticos desalmados se prestan para dinamitarla como servicio público, lo hacen en beneficio de la privada. Recortes abusivos, escasez de medicamentos, copagos, falta de especialistas, retrasos en operaciones, deterioro de instalaciones, contratos laborales leoninos… son las consecuencias de políticas neoliberales que deterioran uno de los servicios más esenciales para la sociedad: el sistema de salud. Solo queda reconocer el sacrificio de los sanitarios que, como héroes anónimos, defienden la dignidad del enfermo independientemente de su extracción social.

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