Opinión

La letal triple alianza

Tres son las fuerzas dominantes en el mundo de los humanos: el dinero, el imperio y el lumpen. A lo largo de la historia, y con distintos ropajes, la trinidad del poder siempre ha funcionado con una total armonía. Desde que se inició la revolución agrícola y el hombre asentó sus dominios sobre un determinado territorio siempre aspiró a controlar en primer lugar a sus convecinos para luego iniciar la conquista de territorios aledaños. Para ello necesitaba los recursos económicos que le permitieran armarse, alimentar a la tropa, pagar los servicios de los mercenarios de la guerra y la sumisión de los “cortesanos” palaciegos que estrujaban con impuestos a los campesinos y artesanos. Por eso los imperios se financiaban fundamentalmente con la rapiña, el saqueo y la explotación de los más débiles. Pero, paradojas del destino, los ejércitos colonizadores se nutrían de los más pobres y menesterosos que buscaban enrolarse en los cimientos del poder para poder sobrevivir. El imperialismo siempre ha necesitado de instrumentos novedosos que garantizasen la supremacía de sus ejércitos sobre los adversarios que, en una dinámica de confrontación, tenían similares objetivos; de ahí que cuanto más poderoso era el imperio más invertía en ciencia e investigación. También destinaban ingentes recursos para comprar voluntades y adhesiones que ampliasen sus apoyos sociales sin importarles los métodos de enriquecimiento, siempre y cuando fueran leales al poder. 

Un nuevo aliado ha irrumpido con fuerza en el control de las masas a nivel mundial; el imperialismo que conjuga su permanencia esencial incorporando el consumo. Utilizando para ello los más sofisticados procedimientos que garanticen un consumismo alienante y necesario para mantener el statu quo que tantos beneficios produce a la clase dirigente. No importa la corrupción sistémica de la economía capitalista, es indiferente el sistema político que gobierne los estados. Para el triunfo definitivo fue necesario el catastrófico final de los países de la órbita soviética que encumbró al consumismo capitalista como única opción estructural de la sociedad del siglo XXI. Temas trascendentales que pueden suponer el final del dominio del hombre sobre la naturaleza han quedado relegados por las decisiones del nuevo imperio. Títeres reaccionarios son elegidos por un lumpen consumista que subordina el futuro de la tierra a su afán de riqueza, mientras y los desheredados de la tierra ven en un neoliberalismo fascistoide a los nuevos cruzados de la supremacía bíblica. Aunque parezca difícil de creer la participación alícuota de cada individuo en la degradación medioambiental no exime de responsabilidad a nadie (o casi). Es como si una intersubjetividad colectiva rigiese la conducta de todos, lo que somos es fruto de lo que fuimos, y no olvidemos que “el gen tragón” está en el ADN de cada “persona”.

El consumismo hace grandes esfuerzos para hacernos creer que millones de extraños pertenecen a la misma comunidad que nosotros, solo los más conscientes se libran de ser catalogados como servidores del imperio. Los demás llegan a defender los ERE como un “error” subsanable con el perdón. Los tránsfugas ideológicos justifican el “error” mientras osan criticar al cambio “imaginario” nacido de la voluntad popular. ¡Oh! Felipe, Alfonso, Ibarra, Medina, Paco V., Corcuera… ¡quién os vio y quién os ve! 

Te puede interesar